Mi tía -mujer de dedos largos, cascada de rubio cenizo, una larga lánguida figura pálida- se sumergió en la moderna era digital con la más reciente tecnología informática.
Lo que antes era una casa, y que llamábamos hogar, hubo de ser sacrificado con la intromisión de las pantallas, de desconocidos cuartos y corredores tapizados de circuitos, de anchas paredes de máquina de mosaicos blancos, algo parecido a una vacía sala de quirofano, o al laberinto de alguna estación espacial.
La supramodernidad, como los señores llaman a nuestra era actual, donde es cada vez más tenue la frontera enre la vida orgánica y la vida digital, impregnó nuestra casa. Si antes era oscura, el blanco gélido y la fría luz de las pantallas nos convirtió en extraños en una especie de satélite, de puerto de conexión con las salas de información y entretenimiento de la red virtual.
Recuerdo los paseos por las nuevas recámaras tapizadas de un blanco insoportable, llenas de cajas de datos y microcircuitos inconcebibles e intocables. Siempre me pregunté para qué servirían. Poco valía ya pasear por esa casa; el abrumador sentimiento de extrañeza, la insistente presencia de las pantallas de luz y la incesante actividad de las cámaras web; tod esto solo podía ser mitigado metiéndonos en las cápsulas de inmersión digital, hacia la superrealidad.
Mi tía solía liarse con los datos y la monótona voz sintética y "amigable" de la monstruosa casa-máquina. Cierta vez apareció una opción:
"¿Desea establecer conectividad biyectiva usuario-equipo?"
No entendimos eso. Sí, naturalmente, aceptamos.
La absorbente vida de la sociedad virtual terminó por exasperarnos; imposible dejarla, no había dónde escapar.
"Mono de hibernación: activado"
Y, tras varios meses en un estado de coma inducido, alimentados co cápsulas vitamínicas para el pleno desarrollo y mantenimiento corporal, bombardeado el subconsciente con las más recientes noticias sobre los avances de la ciencia, productos para una vida mejor, en el gran progreso de la humanidad informática, decidimos despertar.
Los parques virtuales, los atardeceres y paisajes sintéticos del sitio más popular de naturaleza imitada... nos aburrieron. La vida nocturna del sitio de grandes salones y salas de baile del viejo siglo XX, con su constante ajetreo y todas esas caras jóvenes, joviales, eternas, acabaron por abrumar tanto a mi tía, que desconectó la máquina y salimos, huimos hacia el mundo exterior.
Y una vez afuera, despues de quién sabe cuánto, me pareció nunca haber visto un mundo más frío y desolado. La calle estaba desierta, y las casas, todas blancas, eran idénticas; y en todas ellas podíamos ver el logo de la Gran Arquitectónica De Universos: la compañía que distribuía esas máquinas de salones milagrosos para viajar a mundos virtuales. Ya todos se habían integrado a la moderna era informática.
Huimos como fugitivos. Aunque realmente nadie nos buscaba. Fuera de unos vagabundos, no vimos de hecho una sola alma en la enorme ciudad vacía.
Tomamos los servicios automáticos a las afueras de la ciudad. Las casas de lámina y los arrabales de la periferia fueron como un milagro: ahí la gente aún no había adoptado la supramodernidad.
Finalmente salimos a una especie de campo abierto. El aire fresco no se parecía en nada a los ventiladores del simulador de realidad; el cálido sol no emitía ese mlesto zumbido; y el tacto de la hierba no era ese característico cosquilleo homogeneo de las texturas virtuales.
Solo entonces pude conocer el alcance de esta nueva era. Al ver a mi tía el horror se apoderó de mi, Con expresión absorta, los ojos como vacíos, el cuerpo rígido, entonaba con voz apagada y mecánica las consignas de la nueva era digital. Comprendí entonces lo que significaba ese remoto mensaje. Mi tía ya no estaba ahí, había sido usurpada, ahora era un autómata controlado por esa maldita máquina.