De nuevo ellos. Esos seres extraños. Personajes amorfos albinos. Ojos como pozos y labios como serpientes. Serpientes que con siseos largos y sutiles deslizan sus enseres entre los tiempos de sus parecidos. De sus parecidos etéreos que silban como ellos, y que cambian a cada paso, con cada tiempo. Que manifiestan brazos y rostros.
Así es, el viajero ya se sabía, se sabía viajero, y aprendió sin embargo. Aprendió lo sabido, pues todo es sabido. Ese mundo, esa ciudad, ese oasis de verdad, esa mente real que camina y gorgojea entre las mentes fantasmagóricas de sombras que más allá, en las arenas rojizas, se esconden entre ciudades de ilusión. Ese mundo recóndito entre los vagares de los seres perdidos. El centro es lo único real. La ilusión del desierto enreda a los viajeros desconocidos. Desconocidos para sí mismos. Que una y otra vez se encuentran, entre sí, para sí. Ellos solos, ellos mismos, viendo sus propias sombras esconderse de su mirada entre pensamientos de desérticas realidades.
Ahora lo sabía el viajero. Esas ciudades abandonadas, de cal y de cristal, eran la ciudad, metrópolis de los inexistentes, y ahora él también era uno de ellos, un inexistente. Se preguntaba si su sombra, allá, entre las ciudades reflejo –reflejos de la ciudad donde él ahora se manifestaba entre seres que alguna vez vagaron como él vagara en un tiempo que nunca fue realmente-, si su sombra vagaría, y se escondería de los ojos de otro, de otro que era él, de otro que caminaba a su lado, entre los tiempos que creería estáticos, irremisibles, incontrolables, sin saber si era sombra o viajero.
Y el otro? Ese otro que lo miraba fijamente, desde otro tiempo, en esa ciudad de tiempos revueltos. Quién era él, el otro. Recordaba él haber sido otro, en alguna ocasión? O había sido siempre viajero, siempre en el presente. El presente estático que envolvía al desierto y lo repetía a él, viajero, miles millones de veces, allá afuera, en el vacío árido del desierto, en la sombras de las ciudades, en viajeros perdidos en la ilusión. Había sido él también un fantasma viviente? Una sombra perdida? Eran las sombras y la gente espejo de él mismo? Sería tal vez, él mismo repetido? Y la ciudad, ahora, donde él era, qué era? Qué era entre tantas ciudades de ilusión, entre las ciudades de las sombras vagabundas? Las ciudades vagaban también, como el vagaba con sus sombras entre las arenas del tiempo, o eran las ciudades, esas ciudades de sal y de vacío la misma que ésta, la ciudad? Serían las sombras de la ciudad, en un tiempo olvidado? Podía regresar a esos tiempos? Cobrarían vida las ciudades, o seguirían igual? Qué tan lejos estarían? Se volvería él una sombra?
Era él, el hombre –o mujer- de mármol que caminaba a su lada, o lo acompañaba, o era junto a el en su propio tiempo?
increíble.. quién es el autor??
ResponderEliminarjorge negrete
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