jueves, 6 de diciembre de 2012

El mal cerdo

El mal cerdo es un elemento de contraste en la composición. Con cola retorcida, troimpa simbolica, y que es de pezuñas hendidas pero no rumia, el cerdo irrumpe en la escena busca, ineludiblemente.
El cerdo, el mal cerdo es contrario al buen caballero, el que dice "que buena es esta comida", que siempre pide permiso. El cerdo por su parte, con su piel incómodamente humana, emite un ronquido vago y hurga la basura con el hocico, es inaceptable.
Las buenas gentes, las de buenas costumbres no evitan señalarlo. Cualquier alución al vicio, a la degradación de la moral, lleva irremediablemente el índice a la solitaria e indiferene figura del cerdo, del mal cerdo.
El cerdo sin embargo es esencial. Sirve de mal ejemplo, para asustar a los niños "el mal cerdo va venir por ti", para prevenir a los que aspiran a santos, y nunca llegan a serlo. Las gentes, las buenas gentes viven su vida en torno al cerdo, no sin cierta loanza. Sí, extravagante, pero loa al fin. Y es que el cerdo representa un aspecto esencial de la condición humana. Y precisamente por eso, nadie se atreve a deshacerse del cerdo, ¿qué sentido tiene la virtud, cuando no existe el pecado? El mal cerdo es, en cuerpo, el problema de la carne. La carne es débil, y ante ella hay que ostentar la fuerza. El mal cerdo, pues, cede honor al buen hombre, que se cubre con recato y dice "sí, señora; no, señora".
Por tanto, detrás de las ruidosas acusaciones de los defensores de la moral y de las buenas costumbres, que revolotea aclamando los terrores del pecado y sus castigos, en silencio lo mantienen, a él, al mal cerdo.
Pero ya, basta. hemos hablado demasiado. Hemos hablado sin pudor del cerdo, y sin permiso de la moral. Hemos dicho lo que había que callar. Hemos puesto en el mismo lugar al buen hombre (el que dice "por favor y gracias") y al cerdo, al mal cerdo.

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