Revisión
En la vieja ciudad de los dioses se produjo un evento extraño. Todo empezó cuando el dios de la curiosidad se preguntó a si mismo: "Qué habrá más allá de las fronteras de esta ciudad?".
Y es que ciertamente, fuera de esa ciudad habitada por los dioses no había nada, absolutamente nada. Algo así como un diminuto destello en medio de la oscuridad devoradora. Esta analogía, sin embargo, queda corta, pues como el dios de la filosofía bien lo sabe: la oscuridad es algo. Y fuera de esta ciudad no había absolutamente nada. El propio dios de la imaginación sufría terribles jaquecas al tratar de vsualizar esta realidad, el dios de la novedad no pudo con la sorpresa, el dios de la depresión hizo lo único que sabía hacer, y el dios del escepticismo no lo creyó. Aún el dios de la ciencia, que podía ver a traves de los horizontes, no lograba dar con la respuesta a la interrogante; y el dios de la inteligencia, tan dado a especular, no daba con una idea que llenara ese vacío que ahora había penetrado la realidad.
En seguida, el dios de las soluciones tuvo una idea: había que llenar ese vacío. El dios arquitecto se puso manos a la obra, se dedicó a extender la ciudad en templos vacíos para dioses aún inexistentes. La diosa de la creatividad se dio a la tarea de llenar esos templos. Así nacieron nuevos dioses: el dios de la migración, el dios de la ocupación, el dios de la danza el dios del teatro, el dios del canto, el dios de la imagen, el dios del poema, el dios del cuento, el dios de la novela, el dios de la matemática, el dios de la interrogación, el dios de la constancia, el dios de la indecisión, el dios de la visibilidad, el dios de la costumbre, el dios del mistero, el dios del vicio y el dios de la virtud, el dios de las dualidades, el dios de la necedad, el dios de la anatomía. En fin, que en torno a la vieja e intocable ciudad se extendió una nueva ciudad, habitada por todo un nuevo panteón mucho más amplio del que lo había engendrado. Sin embargo, por más que se extendía, la ciudad seguía bordeada eternamente por la nada. La diosa de la creatividad, agotada de tanto forzar nuevos dioses, no pudo más y en un último esfuerzo parió al dios de los artificios, que con su mentalidad fálica se dedicó a crear nuevos dioses a partir de los dioses ya existentes, revolviendo y volviendolos a revolver. Y mientras más se extendía esta ciudad, y más generaciones de dioses eran creados, más era la frustración de los dioses primigenios al ver que nada funcionaba, más allá siempre había una nada insondable. Los dioses primarios, alguna vez eternos, se habían vuelto viejos y obsoletos. Prácticamente no había ya lugar para ellos en la administración universal, cada uno de ellos tenía sus funciones divididas en cientos de dioses nuevos; el dios del color tenía una descendencia innumerable: el dios del rojo, el dios del carmín, el dios del escarlata, el dios del azul, el dios del turquesa, el dios del verde, el dios del nranja, el dios del blanco, el dios del negro, el dios del gris, etcétera.
Con el nacimiento del dios del tiempo, que se encargó de dividir la eternidad de los dioses en presente, pasado, y futuro, las generaciones envejecían (aún inmortales) y engendraba nuevas generaciones. Lejos, muy lejos del centro, de la ciudad original, nacieron el dios de la miseria, el dios de la pobreza, el dios de la carenca, el dios del hambre....
El dios de la clasificación, muy cerca de las primeras generaciones, dio en asignar a estos nuevos dioses, cada vez más pequeños, un nuevo título, ya no podían ser llamados dioses, así que se dio en llamar semdioses. Las siguientes generaciones ya no eran conscientes siquiera de su cualidad divina, y con el nacimiento del dios de la muerte, se tuvo que crear una nueva clasificación, ya muy lejos de los dioses, llamada mortales.
Y sin embargo, la nada indestructible seguía rodeando la ya gigantesca metrópolis. No fue sino hasta que el dios de la marea, ocioso por falta de trabajo, consultó con la diosa de la naturaleza y ambos decidieron generar un mar, y así nació el dios del mar y, ¡por fin! la primera frontera para la maltrecha ciudad de los dioses. Ahora, por un lado, habia una enorme costa, con un mar infinito. Por fín había una solución. El dios de la sequía enseguida llegó con otra idea; se creó el dios del desierto. El dios de las pendientes tambien asistió con la diosa de la naturaleza, engendraron al dios de las montañas, que creó una extensa cordillera, y el dios del espesor, con la misma diosa, dio vida al dios de los pantanos. Así, la ciudad de los dioses, ruidosa, vieja, confusa y ya decadente, fue por fin delimitada. Ya no se podía hablar de ninguna nada. El desierto al norte, el mar al este, las montañas del oeste, y los pantanos del sur, todos infinitos, rodeaban la ciudad, y dejaron de lado la necesidad de crear nuevos entes, ahora mortales.
Y sin embargo, el mal ya estaba hecho. El dios de la exploración amplió los horizontes de los mortales, que con ayuda de la diosa de la fertilidad, ocuparon las cordilleras, los desiertos, exploraron el océano en busca de nuevas islas y continentes, y se adentraron en los pantanos, de donde no se tuvo más noticia.
Los viejos dioses, dioses primigenios, ahora anquilosados y olvidados, se guardaban en el centro, en la antigua ciudad de piedra, de templos y palacios, en la inmovilidad de su tiempo estático, sin la presencia del intruso dios de la muerte y los miles de dioses que habían creado esa aberración más allá de lo que había sido la realidad inicial. Más allá, pequeños dioses fungían ante los mortales de diversas maneras. El dios de las máquinas, el dios de la tecnología, el dios de la metalurgia, el dios de la contaminación el dios de las comunicaciones, el dios de los servicios, el malvado dios de la política que creó a su semejanza al pequeño y malévolo dios de la burocracia.
Y, como resultado de todo esto, el dios original, en quien todo se concentra, de quien partieron todos los dioses originales, que creó la ciudad, quedó olvidado, encerrado en su torre de marfil, ignorado. En medio de tantísimos dioses y mortales con personalidades diversas, quedó impersonalizado; se hizo inconcebible en medio de tantas dualidades, trinidades, los 4 puntos cardinales, los 5 elementos, y demás numerologías sagradas.
Y sin embargo, él no fue quien se llevó la peor parte. Tal vez, el que se llevó lo peor de todo esto, fue el dios de la interpretación, asistido por voces infinitas, y aún más, el lector, ahora presentado a esta enorme mitología artificial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario