viernes, 2 de noviembre de 2012

El Sr. López.

El Sr. López era un tipo serio. Trabajaba en la oficina de contabilidad de no se qué edificio de negocios, lleno de cristales limpios, secretarias con tacones que hacen tac tac tac por los pasillos y ese aspecto pulcro y artificial digno de toda buena oficina. Diario el Sr. López se bañaba, se peinaba hacia atrás, se ponía camisa corbata, traje, todo limpio y planchado. Tenía un no muy tupido bigote que llevaba todos los días al trabajo, y el cual, según su criterio, encajaba perfectamente con su estatus. Caminaba con zapatos negros brillantes por la calle y constantemente miraba el reloj, como lo hace un hombre de negocios.
Cierta vez que el Sr. López andaba por la calle, en su camino de todos los días a la oficina, un día despues de una torrencial lluvia, esas que dejan los carros sucios y polvosos, el Sr. López pudo ver, a unos pasos de distancia, un coche especialmente afectado por el fenómeno. Evidentemente, el coche ya tenía tiempo ahí empolvándose, y la lluvia no hizo más que el favor de acentuar aún más la capa de polvo. Verdaderamente era una película admirable de mugre la que lo cubría. El Sr. López no pudo contenerse, en su mente un rápido pero poderoso pensamiento infantil cruzó su mente. A punto estuvo de detener su fluido camino, vacilar. Sin embargo, y para su suerte y la de su integridad personal, muy cerca había un OXXO.
El Sr. López, pues, para ganar tiempo, permitirse meditar en el asunto, y pensar las cosas con más detenimiendo, entró a la tienda. Es muy bien visto que un hombre ocupado y trabajador como él entre a esos lugares a comprar un café. Despues de todo, era un sujeto que tenía que hacer cuentas y tal. Caminó a la máquina, cogió el vaso, lo puso en el espacio pertinente, apretó un botón, esperó a que el líquido acabara de salir, tomó un removedor, vertió un botecito de crema, lo agitó bien, puso la tapa. Todo esto con la más calmada naturalidad con la que lo hace alguien que va a ir a trabajar a su oficina, a manejar números y cotizaciones. En su mente, sin embargo, y aunque nadie lo notara, existía esa ligera inquietud, ese sentimiento de expectación propio de alguien que está a punto de cometer un crimen. Debatía en su mente consigo mismo, miraba el entorno, calculaba fríamente, como era de hecho su trabajo. Pagó y salió con su café, se detuvo en el umbral del oxxo, y, disimulando sus intenciones, miró en derredor: la calle estaba vacía, aún era muy temprano.
Caminó como camina siempre, rumbo a su trabajo, tranquilo, natural, hacia el carro polvoriento. Por el rabillo del ojo miró en torno, en un último acto de precaución. Finalmente, decidido, se detuvo frente al coche, como cosa de todos los días. Trazó en el vidrio, con su dedo, un enorme corazón. Ya había empezado, no havía vuelta de página. Rápido y habil, con un índice ágil, trazó en el polvo, dentro del corazón, las siguientes palabras:
CACA
 Y
POPO
Acabado, solo se tomó un instante en contemplar su obra. Una ligera risilla se deslizó entre sus labios, estremeciendo esutilmente su bigote.
Se había tomado, previamente, la precaución de tomar una servilleta con su café, se limpió el polvo del ded, cogió su maletín, y erguido, mirando al frente, retomó su camino. Sus zapatos relucientes se apresuraban resonando serios en la banqueta, su expresión dura y llena de enfoque, propia de un adulto responsable evitó distraerse con cualquier movimeinto que captara de reojo. En su mente, sin embargo, revoloteaba un ligero vértigo, pensando en lo que había hecho y si nadie, por casualidad, lo habría visto.

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