Dejo mi pequeño absurdo tiempo y espacio, y me escapo hacia otra realidad. Atravieso el espacio, un espacio blanco surrealista donde los sueños y las imágenes y los fantasmas se congregan por grupos a charlar y tomar un poco de vapor etéreo de aquel que puebla el universo y que asciende en humores hacia una luz impersonal detrás de la cual tal vez se halle el Inmutable sentado en su trono tomando desiciones y tomando un brebaje divino y extravagante. Tal vez este sujeto, barbón e imponente, esté envuelto en telas místicas únicas en su especie, y tal vez cientos de miserables almas se postren ante Él para pedirle misericordia, u otras mil cosas que mandan los mortales como encargo de la pequeña tierra que flota perdida en el espacio, que espera en la cola desde hace millones de años a la voluntad divina. Mientras, sin embargo, seres luminosos, gaseosos, pétreos, metálicos, etéreos, nebulosos, tinieblosos, sabios trashumantes, hombres solares de fuego, todos ellos en los más altos cafés hablan de los últimos asuntos en materia de la administración universal.
Y he aqui que en cierto orbe mental, donde sabios antiquísimos se adivinan paseando sus largas barbas de conocimiento, arrastrándolas entre los letrados pasillos de una simbólica biblioteca laberinto, en este lugar estático se siente como dolor de cabeza una disputa. Tal vez un ser de otro planeta raro, un alto guerrero de piel dorada que se deduce por el brillo cobrizo que tapiza los pensamientos, discute con un maestro de los asuntos de sabiduría, escritura y pensamiento abstracto, incapaz de comprender palabra alguna, o concepto alguno de lo que éste dice. Es claro que el desértico planeta donde los guerreros cósmicos adquieren su fuerza y la sabiduría pertinente está muy lejos, y este muchacho sencillamente se ha perdido. El rey de este plano de abstracciones, sin embargo, se empecina en entretejer dentro del inconsciente adormilado una larga tradicion de símbolos e ideas vertientes de esos planetas inamovibles, eternos, que se reservan para los rendidos al Maestro de los maestros. Varios sabios abstrusos contribuyen a la tarea sin éxito: la diferencia de ideas rompe el hilo y con un terrible dolor de cabeza este aturdido huesped irrumpe en un grito de guerra y blande su arma, moviendo ampliamente los hombros y solo se salvan del fuego estos viejos sabios de carácter pétreo porque no tienen cuerpo, ni él, el guerrero, en este ámbito.
Entonces el invoca a su caballo cósmico, cuyas crines blancas ondean como banderas y confunden los pensamientos de todos que antes fueran filosóficos y completamente desligados de los conceptos materiales, y entonces emprende la marcha atravesando los infinitos caminos que extiende el universo hacia sistemas planetarios raros y desconocidos. El daño, sin embargo, está hecho. Los sabios con las greñas desmarañadas como con electricidad se arrastran por el suelo procurando levantar los pedazos de sus múltiples sistemas filosóficos construidos frágilmente sorbe el aire desde la noche de los tiempos. Todo esto, sin embargo, es sólo simbólico, y tal vez no ocurriría así si despertaran de su letargo y se pudieran ver en posesión de unos cuantos garabatos mentales. Sin embargo ocurre y pronto levantan remiendos entremezclados y pegados azarosamente, verdaderos extraños amorfos raquíticos, bizarros, algunos incluso obscenos. Pero los equilibran con cuidado y depositan en el espacio destinado a los sistemas filosóficos.
Y ahora hombres de ciencia van y vienen en una crisis del pensamiento, con verdaderas quimeras experimentales desarrollándose en sus mentes y creando toda clase de aparatos absurdos y teorías oscuras y disparatadas. Y la gente absorta en las palabras de los que para ellos son los sapientes salvadores de la humanidad. Y el mundo se sacude y se retuerce, y la gente vive en crisis, en caos, encontrándose fugazmente para intercambiar solo unos absurdos y seguir apurados con más absurdos de primer orden. En fin, qué se puede decir de lo que pasa en los planetas superiores.
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