AgrioMagno -ese era su nombre de artista- andaba muy ocupado ese día. No le agradó enterarse de que el momento que debia arruinar a continuación estaba del otro lado de la ciudad. Bueno pues, gajes del oficio. La verdad es que disfrutaba su trabajo. Cuando alguien quería arruinar alguna ocasión lo contrataban. Hacía él una entrada abrupta, interrumpiendo la escena -fiestas, comidas, bailes, el silencio en la sala de espera...-. Él tan solo soltaba un discurso irreverente cual presentador de circo e introducía al protagonista de la escena: un familiar olvidado, un esposo vengativo, el patriarca anunciando que desheredaría a la familia, la noticia de un deceso, etc. AgrioMagno disfrutaba, tras su absurdo y francamente divertido acto, ver las expresiones de contrariedad y subsecuentes discusiones producidas por la mala noticia. Ese era su momento. Y lo mejor: le pagaban por ello.
Llegó al lugar en cuestión; se trataba de una grandiosa mansión lujosamente decorada. La clase alta, su clientela favorita. Las damas de sociedad siempre andaban como vestidas para la ocasión. Resulta también que era la clase alta la que más contrataba sus servicios.
Irrumpió en el espacioso comedor donde viejos aristócratas engalanados lo miraban perplejos en torno a la mesa donde se celebraba un gran banquete.
-Ah, ¡viejos amigos! No se molesten, permítanme -hizo una reverencia-. Pobres, pobres, pobres de ustedes, los veo bastante confundidos. Ah, ¿Es que no me recuerdan? Soy el fantasma de la pasada navidad. ¿Cómo están hoy? Muy bien, esepero, muy presentables eso si, para esta especial ocasion. Y ya con la barriga bien llena, más que llena para recibir a nuestro distinguido invitado. Espero hayan dormido bien porque esta noche no podrán pegar ojo. Permítaseme presentar a un viejo amigo de ustedes, sin duda lo recordarán pues es de él ese deleitoso festin, de él las joyas que adornan a las señoras, de él sus finos vestidos, asi es damas y caballeros, ni más ni menos que el Duque Gastón.
La sorpresa llenó la sala, los invitados se miraban llenos de duda, hablando por lo bajo. Acto seguido nuestro presentador desapareció por una puerta contigua.
AgrioMagno quería ver el drama, pero dadas las circunstancias había de limitarse a escuchar. No oyó nada. Apenas unas voces confusas que pronto se calmaron. AgrioMagno no entendía. Escuchó luego cubiertos chocando, ¡Los convidados volvían a comer! ¡Escuchó risas! Se enfureció. ¿Cómo podia él hacer su trabajo si no se presentaba luego el antagonista a sembrar la discordia? Ésto era insólito, viajar tan lejos para ver su trabajo frustrado. Su bien pensado discurso se vino abajo, el efecto de su acto se hubo perdido.
Entró entonces desde el comedor el Duque Gastón. El hombre que lo contrató lo miraba con una sonrisa maliciosa. Él no era el antagonista del momento, esos comensales, viejos y tranquilos que ahora disfrutaban de su cena lo eran. No había sido contratado para arruinar la comida. Ya entendía todo:
¡El arruina-momentos, contratado para arruinar su propio momento!
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