viernes, 18 de noviembre de 2011

De nuevo ellos?

De nuevo ellos. Esos seres extraños. Personajes amorfos albinos. Ojos como pozos y labios como serpientes. Serpientes que con siseos largos y sutiles deslizan sus enseres entre los tiempos de sus parecidos. De sus parecidos etéreos que silban como ellos, y que cambian a cada paso, con cada tiempo. Que manifiestan brazos y rostros.
Así es, el viajero ya se sabía, se sabía viajero, y aprendió sin embargo. Aprendió lo sabido, pues todo es sabido. Ese mundo, esa ciudad, ese oasis de verdad, esa mente real que camina y gorgojea entre las mentes fantasmagóricas de sombras que más allá, en las arenas rojizas, se esconden entre ciudades de ilusión. Ese mundo recóndito entre los vagares de los seres perdidos. El centro es lo único real. La ilusión del desierto enreda a los viajeros desconocidos. Desconocidos para sí mismos. Que una y otra vez se encuentran, entre sí, para sí. Ellos solos, ellos mismos, viendo sus propias sombras esconderse de su mirada entre pensamientos de desérticas realidades.
Ahora lo sabía el viajero. Esas ciudades abandonadas, de cal y de cristal, eran la ciudad, metrópolis de los inexistentes, y ahora él también era uno de ellos, un inexistente. Se preguntaba si su sombra, allá, entre las ciudades reflejo –reflejos de la ciudad donde él ahora se manifestaba entre seres que alguna vez vagaron como él vagara en un tiempo que nunca fue realmente-, si su sombra vagaría, y se escondería de los ojos de otro, de otro que era él, de otro que caminaba a su lado, entre los tiempos que creería estáticos, irremisibles, incontrolables, sin saber si era sombra o viajero.
Y el otro? Ese otro que lo miraba fijamente, desde otro tiempo, en esa ciudad de tiempos revueltos. Quién era él, el otro. Recordaba él haber sido otro, en alguna ocasión? O había sido siempre viajero, siempre en el presente. El presente estático que envolvía al desierto y lo repetía a él, viajero, miles millones de veces, allá afuera, en el vacío árido del desierto, en la sombras de las ciudades, en viajeros perdidos en la ilusión. Había sido él también un fantasma viviente? Una sombra perdida? Eran las sombras y la gente espejo de él mismo? Sería tal vez, él mismo repetido? Y la ciudad, ahora, donde él era, qué era? Qué era entre tantas ciudades de ilusión, entre las ciudades de las sombras vagabundas? Las ciudades vagaban también, como el vagaba con sus sombras entre las arenas del tiempo, o eran las ciudades, esas ciudades de sal y de vacío la misma que ésta, la ciudad? Serían las sombras de la ciudad, en un tiempo olvidado? Podía regresar a esos tiempos? Cobrarían vida las ciudades, o seguirían igual? Qué tan lejos estarían? Se volvería él una sombra?
Era él, el hombre –o mujer- de mármol que caminaba a su lada, o lo acompañaba, o era junto a el en su propio tiempo?

viernes, 11 de noviembre de 2011

Revolución!

Es preciso hacer la revolución
formalizarla
se hace l convocatoria por medio de la segob
y en la fecha fijada se establece un congreso en Europa
donde las cosas importantes pasan
Se invita a intelectuales y diputados
se escribe un oficio que diga
"Hoy se hace la revolución!"
Luego se firma en presencia de notarios
gobernantes, bnqueros, la interpol, historiadores
estdistas, filosofos, filologos, magistrados, embajadores,
abogados, doctores, y periodistas.
Luego se procede a difundir la revolución
por radio, por televisión, internet,
se le hace una página en twitter para que todos la sigan.
Lo platicarán las élites, y será un buen tema de sobremesa.
Se hace una fecha para conmemorarlo
"11 de noviembre, día de la revolución moderna!"
Se festeja todo el día y finalmente
al día siguiente
podemos regresar felices y tranquilos a la oficina
podremos tomarnos nuestra cocacola satisfechos pensando
dios bendiga el progreso y la modernidad
por fin se hizo la revolución!

viernes, 29 de julio de 2011

Momento #57-C

Viejo, invisible, quién podría haber visto -o pensado- a ese solitario ser, oculto entre los rostros de los mil, iguales que el, homogéneos, genéricos, grises, intercambiables. Ese recurso omo de cemento, de rostros con manos y vidas que jamás acaban, vidas que se van con cada suspiro, atapados en la rutina, en la cárcel.
De todas maneras ese viejo no importa, ya lo e olvidado, solo lo vi fugaz, entre los ojos, arrastrando su larga barba gris, encorvado bajo el peso de sus años, con tristeza en la mirada, él, que sabe lo que ve, y se sabe entre loque ve, entre los cadáveres que se devoran entre sí -como dijera otro wey que andaba gritando ahí, entre los rostros, que aparecía de pronto entre las rutinas de los hombres de todos los días y entre los espacios reservados ara las mujeres en honor a
bla bla bla
Palabras aquí, palabras allá. Búsquele sentido a esto, o aquello, todo, al final, es absurdo. Como es absurdo suponer que alguien, porque esriba apresuradamente haciendo su ruido de tecleo, pueda crear la imagen de un sujeto que va caminando por el metro. Vale más subirse al metro. Una imagen ale más qe mil palabras, de qué sirve que sea escrito, puede ser gritado, en el instante en que lo vemos. Puede ser callado, como siempre sucede. Quién quiere gastar energía en hablar de un sujeto en el metro, uno de esos que van entre la marea de gente, sin sobresalir -solo por que a tí se te ocurrió que por ahí pudiera haber un alma individual?-.
El género humano, rebaño, recurso, estadística, con su carpeta en el IFAI y la CIA y su valor económico -ambas cosas en su billetera- que tras romperse la madre todo el día o hastiarse en una estúpida oficina, se mete a facebook.... a vivir.
Bla bla bla.
Que costumbre tan salvaje es esta de enterrar a los muertos (en el metro).
La mente no da para más, ojalá pudiera seguir en el parque, convertido en un fauno con barba. -Como ese sabio albino-. Obviamente nada de lo que digo, hace sentido, estoy botando fluido por los oidos. Y nada de originalidad en mis versos tampoco.
De todas maneras esto es absurdo, como es absurdo el estar en una compu cuando tienes una vida. Tampoco es que tenga una gran vida, muy interesante, matizada y con muchos detalles.
Podría ahorita estar en xochimilco, o en la paca (ah no es miércoles), pero estoy aqui, despues de aber criticado a facebook todo el día, usando un blog a falta de facebook (ja, bueno, no uedo ser taaan incongruente). Al fin, da lo mismo ablar de turcos y cosas así, si no se si tealmetne tenga algo que decir. No digo que no sea divertido, perode hecho tengo algo que hacer. Adios putos.

lunes, 13 de junio de 2011

Turco, desierto, torre.

Una vez más, un viejo turco se desliza sigilosamente entre las espinosas matas de la estepa. Con ese pesado turbante enjoyado que lo hace ver más cabezón, y con esos ligeros zapatos puntiagudos que lo hacen parecer descalzo, y con esa larga túnica que ondea como seda y se escurre entre las ramas como negruzca neblina, y que lo hace ver como un fantasma, un fantasma muy galante. Y con ese paso ligero y despreocupado, que da la impresión de no ser una persona cualquiera, pues no cualquiera se desocupa tan fácilmente de los enredos y las complicaciones de la vida, sobre todo de una vida en el desierto, donde las serpientes y las plantas pican, y donde el sol no deja pensar, con sus mil agujas que se meten por el cuello y la cabeza y que hacen entrecerrar los ojos por la fuerza, y que arrugan el entrecejo y la frente y que dan a uno una mueca como de enojo, una mueca que por pura sugestión causa el hastío.
Pero ahí va ese hombre que no parece hombre, entre esas casas que no parecen casas. Pasea sus largos, delgados y grises dedos por la larga y puntiaguda barba, peina con largas uñas los espacios donde bien pudiera haber polvo, e insectos. Mira con ojos grises y profundos los caracoles donde se esconde la gente del viejo sol. Pasea entre los mercados sonde hombres exhaustos y empapados del ir y venir, del ir y venir, gritan suplicantes y ofrecen toda clase de artilugios y de útiles, y plantas y venenos y gallinas y armas y serpientes y colas de caballos y ropajes y pergaminos. Donde las mujeres envueltas en telares negros y misteriosos espían con ojos de azafrán, deslumbrantes, el mundo que les rodea buscando una fruta, o tal vez un amante. Camina entre las sombras de los puestos, mientras el ajetreo del mercado como la prisa de las hormigas frenéticas contrasta con el mundo dorado de las arenas, allá afuera, deformado en un serpenteo ascendiente por el sol, como un horno infinito, donde algún hombre demasiado valiente se arrastra arrugado y enjunto suplicando por una gota de agua. Como los grandes cantos de frescor junto a los que pasan los pliegues etéreos de este viejo turco.
En algún lugar del devorador desierto, solitaria y tal vez invisible, se eleva la antigua torre de piedra, más antigua que el tiempo, tan alta como un pilar que sostiene el firmamento, insondable desde sus afueras, inmóvil, desde que hubo algún primer movimiento. Y a sus pies las arenas se extienden, el desierto como un mar seco, con dunas como olas inmóviles -inmóviles como ese monumento inconcebible, ahí, en el centro-, hasta un infinito repleto de ciudades y de pueblos, de gentes que caminan y corren y hablan y compran y venden y duermen y trabajan y se ocupan de las cosas que llenan su tiempo. Todos esos frenéticos y diminutos hombrecillos, están, sin embargo, allá, en la orilla, en el borde del infinito mientras aquí en el centro, en el origen, más allá del tiempo de los hombres, está la vieja torre, el centro del mundo, el que muchos han buscado.
El turco camina entre las gentes, entre esas rápidas personitas, que van de lado a lado y corren y gritan y se preocupan, mientras él, sereno, casi invisible -cómo ver a alguien que no se ocupa, como ellos, en llenar el tiempo para que no lo devore?-, sondeando el espacio, el borde, los lugares donde hay lugar, los tiempos de los hombres del tiempo. Los mira impasible, los ve arremeterse hacia la nada, rodar y rodar inquietos hacia la incertidumbre, siempre esperando algo, algo seguro, para seguir cayendo, tranquilos, ilusionados, o para seguirse ocupando siempre. El camina solitario, lento, apacible, él no requiere del tiempo, el puede llegar, cuando quiera, al viejo tótem, basta con dar unos pasos, y el desierto, y las tormentas de arena que devastan el espacio entre él -el tótem- y los hombres, se abre para que pase el viejo turco, el hombre que camina seguro.
..........ya me harté ya me voy............

miércoles, 1 de junio de 2011

Los inexistentes parte 0

Nadie, mas que ese misterioso viajero perdido en el no-tiempo vio jamás a esa extraña raza: los inexistentes. Solo él, tras perderse durante largos años, años que no transcurren, en el viejo desierto sin nombre, donde las cosas no son ciertas, y las ideas se pierden como gritos en el vacío, en el vacío de esa nada eterna que se extiende como un manto dorado hacia el horizonte. Solo después del tiempo que nunca pasó, el instante que duró años de largas travesías entre las sombras de ciudades olvidadas y sombras que aparecían de pronto y huían despavoridas de la mirada de los hombres, o del hombre, del viajero. Solo después de ese tiempo congelado que nunca nadie sabe si es tiempo, donde se camina siempre y se camina, en el laberinto más grande, el laberinto sin paredes, donde el sol nunca se pone, donde uno no piensa en la hora, sino en seguir caminando, y seguir caminando, hasta hallar algo. Solo después de un instante que nunca ocurrió, de un sueño que podría haber sido real, solo en esa abrumadora eternidad del caminar perenne entre dunas y sombras y ciudades, y otras ideas de otros viajeros que alguna vez caminaron por ahí –o sería él, el mismo viajero, y sus pensamientos que después de lagos rodeos llegan a reunirse otra vez con él, como si fueran de otro?-. Solo, sí, solo después de todo eso, o antes, o nunca, o quizá siempre, siempre como esas llanuras que infinitamente se extienden hacia un siempre inconcebible más allá del horizonte. En el infinito cualquier punto es el centro.
Había llegado, entonces, al centro? O solo había vagado largo rato por ese centro antes de descubrir que era una ciudad? Pero no era como las otras. Esta no era de carbón, ni de sal, ni de cuarzo, ni de piedra volcánica. No era una imagen, como muchas otras, no era una broma del éter que se arremolina temeroso buscando contraerse en medio de toda esa nada que pretende siempre devorarlo, como a esas ideas vagabundas. O como a ese forastero. No. Esta ciudad era real. Y su gente no eran sombras. No eran voces. No eran murmullos o miradas perdidas que siempre miran pero no miran nada.
Eran gentes misteriosas, sí. Los inexistentes. Parecía un sueño, pero, qué vale decir que parecía un sueño? Quién puede decirlo?
Su ciudad parecía moverse, pero no en el desierto, no, siempre estaba fija, o eso parecía, el desierto siempre era lo mismo, en todas direcciones. La ciudad se movía en el tiempo. No de atrás para adelante, ni de adelante hacia atrás. Tampoco a los lados. Hay quien piensa que el tiempo es una línea. Pero este tiempo no era una línea. Era un espacio. Línea, plano, espacio. Era un tiempo de 3 dimensiones. Eso! Y el espacio, el insondable espacio que devoraba a la ciudad creciendo más y más hacia las puntas, era una línea. Eso era!
Sí, y la gente caminaba, de un lado a otro, desplazándose en el tiempo, libremente, viendo hacia delante, hacia futuros –o pasados?- que los rodeaban, cambiando de tiempo a medida que caminaban, deslizándose de un tiempo a otro para visitar a otros… otros como ellos, esos inexistentes. Esos hombres albinos, atemporales.
Y caminaban, y daban vueltas, y se movían con gracia entre los tiempos de sus vecinos, bajo las torres que cambiaban, a cada paso. Entre las gentes que también cambiaban, de formas, de ropas, de rostros.
Nuestro viajero no pretendía llegar ahí, jamás pensó que existiera tal gente: los inexistentes. El buscaba la biblioteca. La mítica biblioteca infinita, que tenía todo el conocimiento, que miles habían buscado antes que él –y seguirían buscando, mucho después de que él se desplazara, se difuminara vagando por horizontes de tiempos inalcanzables- y que solo algunos habían hallado, donde habían perdido la razón, abrumados por el conocimiento infinito, rodeados de páginas páginas páginas libros libros letras letras infinitas. Pero el llegó con los inexistentes, y con ellos se quedó. Se fue después, sí, pero se quedó. Caminando entre tiempos, recorriendo los rincones de los tiempos, mientras en otro tiempo, el ya estaba fuera, buscando el resto del infinito.
No halló la biblioteca, pero aprendió la lengua de los inexistentes, la lengua impronunciable. Una lengua como un canto, como un silencio. Como un secreto incognoscible, como un suspenso, como una fórmula intrincada, laberíntica, exacta, ambigua, poética, matemática. La habló, y la calló. Esa lengua atemporal, que no se decía, que se pensaba. N se pensaba como se piensan estas palabras. No. Se pensaba como se piensa… bueno, es imposible decir cómo.
El mismo se vio como una sombra. Una de esas sombras que vagan con su mirada –pues no tienen otra cosa, ni siquiera cuerpo- por el repetido desierto de allá afuera, esa nada que se extiende más allá de cada quien.
Conoció la ciudad, la vio a través de los tiempos, hacia delante, hacia atrás, hacia los lados. Un presente y miles presentes, pues esa ciudad no tiene pasado, ni futuro. Todos los presentes ahí están, ahora. Jamás fueron ni serán.

viernes, 20 de mayo de 2011

No se

Una vieja, muy anciana (de esas que ya no sirven para nada porque no trabajan ni representan utilidad para nuestra sacrosanta economía) mira por la ventana. Lo que antes ella hubiera conocido, esa vieja realidad otoñal que va y se entromete entre sus recuerdos entretejiéndose con una vieja melodía fosilizada en el viejo fonógrafo, esos de los que ya nadie recuerda ni concibe (sobre todo por la falta de pantalla touch y el hechod e que haya que poner discos gigantescos que solo abarquen unos cuantos bytes de memoria). la neblinosa tarde de gente apresurada entre humo de carros y superficies grises que se elevan al cielo hasta hacerlo incognoscible, se empapa un poco, se empaña la ventana de la vieja en cuanto mira,-donde en el futuro solo habían unos cuantos hombres-máquina que beben cocacola y fuman la marca prestigiada de tabacos y usan sus ropas de marca-, las lluvias de verano que se deslizaba serpenteando por la ventana presas de la gravedad, que distorsionaban la imagen que luego habría de ser un poco de vaho o vapor blanco teñido sobre la superficie transparente. Más allá, en lugar del centro comercial, ahora, en el pasado, cuando podía recuperar las energías de la ilusión pasada, podía ver solo un granero. Y allá... a lo lejos. Pero eso debe ser una ilusión. Regresemos al presente, afrontemos la realidad. No existe ese granero, no es más que un recuerdo vago, tal vez nunca ocurrió. Sin embargo ella lo recuerda, ella recuerda que alguna vez, en lugar de alcantarillas vagabundos lacras piedrosos, puercos vestidos de azul sofocándose en su propia mierda, alguna vez vio... más allá.
No como algien que sea místico. Ella efectivamente podía ver, con los ojos, un horizonte. El campo, el cielo, las nubes, las estrellas.
Pero dejémonos de eso, eso no existe, hay que ser gente sería. Cómo puede ser que aún creamos en esas cosas? Cuando hay cosas tan importantes (como la sacrosanta economía global y el peligro de los virus informáticos, y este pedo del narco yde la seguridad social y el terrorismo, y bueno, nuestros políticos que violan niños por el ano), como para andar pensando en eso, esas cosas del pasado -la asquerosa vida orgánica- esas cosas que pertenecen a los cavernícolas, faltos de desarrollo y que no poseen nuestros importantes avances en aditivos (sucralosa, aspartame, acesulfame k, glutamato monosódico, y por supuesto, amarillo 40 para que tenga colorsito) y sobre todo nuestros logros en el área de consumo.
Pero bueno. a me harté.

Pensamientos. Tarde de ocio.

Sí, el ocio es la madre de todos los vicios. Pero también el mejor amigo del hombre (fuera del perro y después del libro). Escuela en griego no significa "tiempo de ocio"? Finalmente las grandes ideas son producto del gran ocio de ciertas personas con agudeza para las cosas o que se yo, una inteligencia despierta. No poseo ninguna pero nada me impide ser ocioso. Así que a continuación mi ocio, para los interesadísimos que quieran conocer mis pensamientos divagantes y divergentes y los sinuosos caminos por los que me lleva mi mente hasta que me pierdo, allá, en otro pensamiento, cuando el otro seguía esperando ser concretado.
La tarde de ocio resultó ser solo eso: una tarde de ocio. La tarde sigue, pero yo? yo sigo igual. Sigo aquí sentado, siendo, o dejando de ser, mientras mi cuerpo envejece. Se puede arrugar, apagar, pudrir, y yo? Donde estaré yo? Voy a buscarme.
Bueno he regresado. La ociosidad de un día mortal toma tiempo. El tieempo envejece, y también nos envejece.
Nosotros lo vemos pasar y y decimos mira, se está yendo. Y mientras se va nosotros seguimreos haciendo nuestros planes, y luego vemos que ha pasado y nos entretenemos y entretejemos en lamentaciones que nos hacen perder más tiempo.
Pero eso ya no nos importa. Seguimos poniendo todo nuestro presente en el futuro. Para tener un futuro sin pasado y con el presente gastado.
Bueno, es que ay que pensar en el futuro, dicen. Bueno, que piensen en el futuro.
En fin esta tarde de ocio que empecé allá arriba acabó hace mucho, creo que fue hace 3 días que escribí eso y así.
Así... que.... vivo en el pasado? estoy viviendo una tarde de ocio que no viví hace 3 días por andar viviendo en la eterna apatía? Bueno. No imorta, permitiré que me juzguen los lectores de mi blog (que gracias a la gracia no son más que yo mismo y tal vez dios).
Adiosito

viernes, 13 de mayo de 2011

Un instante

Viejas formas sin sentido, esas que surcan la realidad, esas que no son sino espectros, fantasmas, ideas, quizá. La idea de que algo haya habido ahí, la esperanza, en cierta forma. Nada más, nada de espacios sutiles, ni de confusas telepatías. Nada de simbolismos mentales, o burdos tal vez. Nada de superficies y texturas de colores, nada de cristales luminosos ni de atmósferas enrarecidas. Sólo esto. Esto que se puede palpar, como se siente el aire, pero más etéreo, tal vez imaginario. Como una matemática flotante, como una fantasía -fantasía de caracoles gigantes, de torres de cristal y de infinitas librerías, de paises amorfos de gente de piel brillante-, todo esto no es más que un tal vez. Un tal vez pueda ser, podría ser, por qué no? pero no es. Nunca es, no tiene sentido. Podría decirse... podrían decirse muchas cosas al respecto, podría hablarse de racionalismos sin sentido, como las arrugas de un viejo que nunca vivió, como todas esas palabrejas, palabrejas y palabrejas que encontramos adornando discursos, dialécticas deformadas, trastornadas hasta perder su significado, en pos de la elocuencia. Pero Nada de esto significa nada. No tiene por qué, no es nisiquiera una sombra, o un parpadeo, o un pequeño vacío escondido entre las luces -las luces de colores artificiales, las de colores vivos, entre los anuncios que se manifiestan en lo alto, los que quieren hacerse ver, pero están tan alto que no se dejan. Sencillamente es este... este ir y venir de todos los días, este caminar constante y frenético entre las gotas de la lluvia, entre los sombreros que esconden miradas bajo el gris de una triste ciudad. Ciudad de rascacielos. Cielos olvidados. Y arriba, allá arriba, sí, ese hombre que se enamora del teléfono. O esa mujer que se apasiona, locamente, ante la pantalla que no le dice más que lo que dicen las letras, que no dicen más que un código de ceros y unos.
En este espacio de quién sabe cuántas dimensiones, todos sabemos. Pero todos callamos. Porque lo que sabemos no sirve de nada. Solo lo que no sabemos importa. Y preferimos no saberlo, porque cuando lo sepamos....
Sin embargo nada de esto debía ser dicho, si se ha dicho, ha sido por error, ha sido por el ocio terrible, han sido las conjeturas de un ruido... de un ruido homogéneo y constante, de ese manto de nada, ese siseo que no calla, que promete todas las voces y todas las músicas, el sonido del vacío, la vibración con su textura de infinitas texturas, más y más pequeñas. Como un fractal, pero este no tiene forma, ni sentido.
O sí lo tiene. Se parece este siseo mucho a la lluvia que interrumpo con mis pasos que hacen plas plas entre las gentes de caras escondidas y de facciones grises, de ojos apagados, entre esos que ven colores donde solo veo gris. Esa gente que se ha endurecido y ahora no puede sentir. Son como momias, como cadáveres, como los productos que comen, con sus aditivos y sus conservadores. Aquí no veo el cielo, soloe scuchoe l zumbido constante de la antena que hay allá, a lo alto del edificio.
No veo ni siquiera esa matemática quelo cubre todo -o que subyace todo- esa matemática rígida y ese racionalismo puro que nos rige, que dicta nuestros actos, el racionalismo de la irracionalidad, ese orden caótico que no entendemos aunque nosotros lo creamos. Toda esta exactitud solo me sirve... para limpiarme el culo. De qué sirve que lo sepa todo? He de ser un microcomponente más, de un ordenador fantástico, algo así como algo vivo, pero todos aqui estamos muertos, todos programados, todos caminando en tropel como rebaño al matadero. Cada quien con sus ilusiones, y con sus ideas, y sus problemas y debates y fanatismos y preocupaciones y con su información personal y con su sistema filosofico de quien todo lo sabe. Porque aunque no sepamos nada, sabemos lo sufciente para encerrarnos. Para aislarnos de la realidad, en este círculo de verdades, de axiomas irrefutables. Esa estabilidad de la vida tal como la vivo o como no la vivo, siempre y cuando no difiera de lo que se, porque así es la cosa, sí, así es, estoy seguro, jamás me ha contradecido. O sí? estoy lo suficientemente sordo para no saberlo, no me importa, allá afuera, quién sabe que habrá. No. Estabilidad, orden, civilización.
Todo esto no es más que un sueño, sí, pero es mi sueño. Es ese atisbo de que algo soy... Algo más que este cuerpo y esta mente. Tal vez... la marca de mis tenis, o la capacidad de mi reproductor, o mis ahorros en esa cuenta de banco, tal vez pueda comprar un carro, no tener que soportar a estos. Estos que como niños se meten todos conmigo a este paquete, estos que no saben, no saben que yo tengo la verdad. Todo sería mejor si las cosas fueran como yo quiero. Pero no. Ellos tambien quieren. Y quieren mi dinero. Y quieren mi patrimonio. Y quieren a mi esposa.
No te preocupes. Esta realidad no tiene final. El único final...... Pero bueno, mejor vale no pensar en eso. La madre tecnología, ella, que todo lo puede, y a quien me rindo con mis respetuosas reverencias, ella va a sacarme de aquí.
Queda poco que decir, realmente nunca hubo mucho que decir, o tal vez nada. Tal vez... un te quiero, chau, te hablaré, un jajaja. Unas adulaciones, claro está, para avanzar, avanzar en este plano, en la realidad. Finalmente es la realidad, quién lo va a dudar? es esto lo más tangible. Cómo vas a negarlo, aquí está, me siento en la silla, miro por la ventana y puedo ver, allá afuera, y veo.... nada. Bueno! no importa, finalmente, no hay que andar pensando en esas cosas, solo provoca deolores de cabeza, son fantasías imaginarias. Cómo puedo poner en duda esta realidad, en la que vivo, y me desenvuelvo? Suponer... es una fantasía. Mejor sigo con mi vida, al fin, aunque la desprecie, aunque me haga infeliz, es cómoda, no tengo que expandirme, ni abrir mi mente. Porque las verdades son verdades, pobre de mí si no lo fueran! Por eso estoy aquí, para.... pues para algo especial, se que algo especial me depara, se que mi destino no es tan gris... como esta gente. Yo soy más, yo puedo sobresalir, trascender incluso! Bueno, pero primero hay que pagarle al vecino lo que le debo, y es que no se puede vivir sin licuadora, bueno fuera si se pudera.
En fin, esta es la realidad, sí, no lo puedo dudar, ese gris es gris, y esa cara triste está triste, sí, sin duda, que cómoda es la realidad! Jamás o hubiera pensado así. La misera es miseria... y nada más. El hombre importante es importante, los artistas de la revista son artistas, y la revista es la revista. Esos vagabundos son vagabundos y los locos de colores son eso: locos.

viernes, 6 de mayo de 2011

La idea

La Idea surgió repentinamente. Se propagó con la misma rapidez, y muy pronto nadie hacía más que pensar en ella. Nadie supo nunca de donde surgió, sin embargo poco después de su aparición se convirtió en un fenómeno, casi se podría decir en una sensación.
Y no es raro que un concepto cruce las mentes de manera tan rápida entre esta gente, para esta raza, capaz de proyectar imágenes propias en la mente de los demás, como si se tratara de un sueño. La idea, pues, se contagió como un virus. Y no es que fuera un virus. En la actualidad toda nueva idea es considerada una especie de virus, pero en ese entonces no era así.
Al principio solo era una imagen sin imagen... una idea. Después algo vago, borroso, luego una figura que nadie nunca logró definir: jamás habían concebido algo así. Los filósofos pronto empezaron a especular acerca de La Idea: ¿Qué era? ¿De dónde había surgido? ¿En qué consistía? Los más conservadores la rechazaron inmediatamente, sin más miramientos, semejante blasfemia no tenía por qué ser tolerada. Los más fantasiosos pretendieron convertirla en poema, o en canción, pero nunca lograron hallar las palabras adecuadas, la combinación precisa de las notas. Aquellos más religiosos quisieron atribuirle un origen divino, mientras que lo escépticos la catalogaron de inexistente y mera fantasía. En fin, la idea pronto causó gran polémica. Unos a favor, otros en contra, decidieron acudir al Consejo. El gran caracol en poco tiempo se llenó de gente, y así como la gente llenaba el recinto, las imágenes desbordaban por las paredes. Cualquiera que entrara ahí apenas si podía alcanzar a ver, entre tantos pensamientos, el mundo de los sentidos que tenía ante sus ojos, e incluso llegaba a pensar que éste era un disparate más de los que flotaban en torno a La Idea. Y es que eran imágenes de todo tipo: notas, números, fórmulas, geometrías, versos, universos, planetas, dioses, conceptos abstractos, personajes históricos, grandes músicos y poetas, científicos y santos, sin embargo la constante era siempre La Idea. La Idea por sí sola, en todos lados, llenando el ambiente de confusión que reinaba como la luz que da color y bordes a las cosas. Ahí reinaba la idea, en su estado puro, incierto, adornado con toda clase de malabarismos mentales, imágenes, conceptos y palabras inteligibles, y sin embargo, ella permanecía inmutable, intocable, más allá de todas las interpretaciones con que la recubrían,  sin relacionarse con ninguna de ellas, siempre aislada, ajena.
Finalmente la reunión del Consejo empezó. En un instante todo el barullo de pensamientos entremezclados -que ya aturdía y se hacía insoportable- se calló. Ahora todo el barullo y la tempestad de la incertidumbre se convirtió en un gran mar de oleaje armónico y homogéneo, y allá arriba, como la luna llena, el Consejo.
Hablaron y hablaron. Durante horas. Días. Nadie sabe ciertamente cuánto tiempo pasó. Pensaron, imaginaron, especularon, pero nada sirvió. La Idea permanecía inalcanzable y aislada. Las palabras y conceptos de los mismos sabios no sirvieron de nada. Naturalmente, pronto llegó el miedo ¿Qué era, pues, La Idea? ¿De dónde había surgido? ¿Era acaso de este universo? Los sabios con todo su conocimiento no habían logrado dar con la respuesta. Muchos entonces decidieron olvidarlo, no tener nada que ver con ello, borrarlo de sus mentes. Muchos, por el otro lado, siguieron especulando al respecto, otros tantos hicieron de La Idea un dios, creando doctrinas y levantando altares, otros le cantaban versos, y los que pintaban quisieron plasmar su imagen, no lo lograron.
Los que optaron por olvidarse de ella y volver a su vida cotidiana no pudieron, pues La Idea permanecía ahí, constante, siempre presente, inextinguible. A muchos llevó incluso a la desesperación y a la locura, otros quisieron olvidarla embriagándose, entregándose a toda clase de placeres, sin éxito, y mientras más la querían despojar, más presente se hacía. Los más extremistas se aventuraron a considerarla un mensaje del fin del mundo, y salieron a predicar y hacer toda clase de locuras a la calle, muchos se suicidaron. Los más sensatos le permitieron estar ahí, crecer, que se ocupara de sí misma mientras ellos se ocupaban de sus propios asuntos. Algunos incluso dedicaron una hora diaria de meditación en torno a la idea. Estos fueron los que mejor soportaron la crisis.
Pasó, pues, el tiempo, poco a poco, la gente perdió el miedo, empezó a acostumbrarse a La Idea, se dieron cuenta de que no les afectaba, así como ellos no podían alcanzarla, así mismo ella no les hacía ningún daño. Así la idea se volvió parte de la vida diaria, inmóvil y sin relación con el mundo exterior, era como respirar.
Pasaron los años, las generaciones, se acabó por olvidar, pues, que La Idea surgió alguna vez, y se acabó por volverse parte esencial de la vida, algo que siempre había estado, y cuya ausencia sería inconcebible.
Ya no era un fenómeno, la gente la tenía, sí, pero ya no se ocupaba de ella, se llenaban la cabeza de pensamientos, preocupaciones, y la idea quedó sepultada, siendo y creciendo por sí sola, evolucionando siempre, como ese viejo y olvidado canal de pensamiento colectivo.
Solo se sabe de La Idea que de ella han surgido las demás ideas, como ramas que emanan de un solo tronco esencial, y estas ideas se han desarrollado y concretado, sin que La Idea se vea afectada.
Sugiero al lector busque dentro, muy dentro de sí mismo, detrás de sus sensaciones, concepciones, juicios y prejuicios, más allá de lo que cree y de lo que ya sabe, esta idea, La Idea. Puede conectarse con ella, tal vez le proporcione alguna respuesta, o mejor: alguna buena pregunta.

El recinto

Afuera del recinto, nada es real. Solo dentro de él. Y es difícil lidiar con lo que es real.
Aparentemente, para quien no lo sabe, podría parecer que es lo de afuera lo real. Pero no es así. Y esque entrar al recinto, es como entrar a un sueño. Las imágenes se suceden sin control, y uno apenas puede captarlas, confiar en que se sabe lo que son, o lo que fueron en el fugaz instante. Es como entrar en la propia mente. Los sentidos se confunden, se hace todo más difuso. La imagen es palabra y la palabra aroma. Es difícil acostumbrarse, primero hay que querer. También es necesario enfrentarse a uno mismo. Afuera, en la irrealidad, es todo muy cómodo. Las imágenes son imágenes, los olores olores, y el color es color; todo esto es constante, justo lo que parece ser. Todo es concreto y nada cambia, todo tiene bordes y estrictas limitaciones, ya conocidas.
No, adentro no es así. Adentro hay que aprender a moverse, o mejor dicho, a dejarse mover. Este frenético ir y venir de ideas, el constante cambio de esto a aquello, la relación infinita de las cosas con las cosas, aparentemente sin sentido, esta desquiciada realidad donde la razón no es más que una colección de lentas y aturdidoras palabras, en donde la palabra, digo la verdadera palabra, es la palabra precisa; pero no es una palabra como ésta o aquella, o como todas las que estás leyendo, sino un sonido, una onomatopeya abstracta de algo que no se siente, pero tiene textura, que no huele, pero tiene aroma, de algo que no tiene color pero sí luz. Este algo se expande, se transforma, se tuerce y retuerce, se deforma y da vueltas, pero que siempre es, en esencia, la misma sustancia insustancial, eso que escapa a todas las formas y sonidos, ideas vagas, concretas, como vapor difuso inasible o nube que es nube y cambia en formas y más formas. Imposible de retener, y más imposible aún, captar su esencia.
Este torbellino, para quien se atreve, para aquel que se aventure a entrar y soportarlo, conocerlo, dejarse llevar, es como una claridad, en contraste con el ofuscado mundo de las apariencias estáticas.
Afuera, en el mundo irreal, donde los ojos ven y los oídos escuchan, está la ceguera. Ver las cosas, donde el árbol es árbol, y esa mujer de allá es una mujer, la realidad se oculta, se retrae espantada ante lo preciso de las cosas, lo tangible e irrefutable, incuestionable. Semejante ceguera deslumbra, el árbol es tan árbol, que es insoportable, digo: insoportáblemente árbol. La vida ahí afuera es una muerte estática, perenne. Las cosas SON, demasiado tiempo, hasta el borde del hartazgo, condenadas desde su nacimiento, a una muerte inminente, siempre presente, porque sabemos que va a morir. Obran como cadáveres que quieren subsistir, seguir siendo cadáveres vivos, destinados al cambio desde que se apegan a la forma burda que han adoptado, esa prisión para la mente. No es más que un pedazo del fractal, del infinito fractal que realmente es, que no se manifiesta completo, que se mueve, muy lentamente, demasiado para ser íntegro.
Evidentemente, es locura, adentro, en lo real, entre lo real y con lo real. Porque la roca no es roca ya, ¡fue ya hace mucho! Un átomo es un universo y un cuerpo solo es una máquina, lenta y diminuta manifestación de lo prestado, un velo donde se oculta avergonzado lo que se es realmente, la esencia pura, más allá del juego de mascaradas y pretensiones. Aquí dentro, digo, ahí dentro, nada parece tener sentido, para quien se apega a esta irrealidad.
La realidad parece más un sueño, más que esta tangible y convincente mentira, más que a esta computadora, sólida, que no es verbo ni persona, que no tiene los brazos que tal vez podría tener, cuyo color es preciso, blanco, siempre blanco, y cuya forma, es su única forma, la que vemos. Cuyo teclado de letras solo forma palabras como éstas, que apenas sí describen, muy estrictamente, lo que son, nada más, no hay quien las cambie o las moldee. Palabras como tigre, que no es tigre sino mosca, ni mosca sino estrella, o monje, o verde, o que es esta atmósfera de rosas y el rocío luminoso y fresco, que respiro y me impregna, en esta habitación de paredes sólidas, su luz insistente su aire seco, y este constante ruido de teclas, de dedos nerviosos, y esta cabeza que habla más de lo que sabe.

Un cuadrito

Un edificio de ébano con torres de tejados puntiagudos que salen como ramas de un tronco y se alzan al cielo con sus cúpulas de alfiler como cientos de oscuros hongos de campana carmesí.
La torre se eleva y se eleva, hasta perderse allá, entre las tenues nubes apenas visibles y luminosas, irradiando un brillo puro. Y revoloteando como polvo bajo la luz del sol blanco que se alza en el firmamento violeta o lila, caóticos destellos cristalinos de inocente alegría.
El suelo es un éxtasis de difusos tentáculos como imágenes de un sueño, que danzan y serpentean anhelando la inasible cima de la torre. Los habitantes, extraños seres que van y vienen como peces, nadando en el aire, precediendo etéreas estelas turquesa, como espermas de camino sinuoso en la enrarecida atmósfera, danzando entre ellos espontáneamente para separarse y perderse, un océano turquesa de corales negros como la noche.

Apócrifa erudición

Lo impensable caminaba de un lado a otro, con paso lento y pesado, absorto en profunda meditación, deslizándose entre oscilantes destellos de lo que podría ser. Así se movían entre las altas torres de coral, e un país de fantasía surcado por el gris de la época muerta como densa niebla, más turbia que el pensar revoltoso y constante de las cosas sin sentido y del absurdo sentir del tacto artificial de texturas sintéticas en una atmósfera plana de pesimistas ideas grises, como nódulos estancados en el aire, en una red de enmarañadas ideas sin destino ni origen.
La claridad del manejo individual de los seres abstraidos en el éter de lo exacto, revoloteaba en círculos en torno a conceptos sin color en la penumbra de un motivo desconocido, la motivación oculta de la máscara sonriente -insoportablemente sonriente; con una sonrisa de ceniza de tabaco y humo azulado, de algún recuerdo del viejo tiempo-, como un vasto recinto vacío donde se sabe que hay algo, que el ojo no ve y la mano no toma.
Era una densidad relativa, relativa siempre a la curva de la luz, de las teorías postrelativistas y terminologías ambiguas intangibles. Palabras grises como pastillas geométricas, donde antes hubiera gardenia y azahar.
Donde antes un universo crecía, la concepción epistemológica con su metodología neoindustrial -palabras, palabras, palabras como lo fueran tigre y plástico-, ahora invertían su razón en el avistamiento generacional del escepticismo cósmico, ahora como un planeta numérico envuelto en una rejilla cartesiana, poblada de químicas de orgánica estabilidad congruente -¿y la vida?- que manifiestan perfecciones soñadas, en espacios de refinado detalle. Espectáculos circenses de conceptos y parapsicologías danzantes, el orden cuadrático del fuego vital en las fauces del león matemático. La carpa con su estructura simbológica universalista contextualizada en la sinrazón del armónico cáos cósmico de leyes impostoras. Bestial crimen de la serpiente profana, la material lengua bífida de la dualidad. Procesos mecánicos morfológicos, cognoscibles ahora donde rebosaban clavel y rosa, imaginación y primavera ahora agonizantes, apócrifo conceptualismo de la percepción.