El gordo Cant chupó a su pipa, frunció el seño mientras contemplaba al imberbe muchacho, y tras soltarle en la cara una bocanada de humo, se dedicó a pasear por la estancia con aire inquisitivo. Se le veía concentrado, sus pasos largos resonaban en el grueso silencio, mientras que la larga cola de su abrigo de terciopelo rojo se arrastraba por el suelo.
-Es ciertamente un deber social, y un menester personal, el cumplir con las obligaciones que a uno le sean asignadas en el transcurso de su vida, de otra manera, ¿qué sería del mundo? Es inconcebible tan solo la idea de escapar a las tareas personales con motivos e ideales propios de la temprana juventud. ¡Ah, si, ya se!, el amor, la libertad, los derechos humanos y la igualdad. Todas esas son cosas que conciernen a uno que está en la edad de querer descubrir el mundo, y aún más, de adueñarse de él. Cuando uno es joven es inocente, no conoce la complicada maquinaria que hace girar al mundo, y por lo general suele pensar que se tiene la razón. Se puede pasar la vida discutiendo, debatiendo, argumentando, oponiéndose a la autoridad establecida en un acto de rebeldía que nace de lo más profundo de nuestro ser y es imposible acallar. Lo se, yo lo se, Joven Freelance, yo también experimenté esas sensaciones en mi edad temprana, yo también soñaba con el amor de una bella mujer, que oliera las rosas, que esuchara el tañir de las aves y el dulce siseo del viento al acariciar los árboles, cuyas dulces sombras me entregaron embriagado al dulce placer de las... -Cant titubeó, se paró en seco y con ello cortó el afluente flujo de sus fluidas palabras. Volvió a chupar la pipa, y tras exhalar el humo con la cabeza inclinada, mirando hacia el cielo raso, continuó con su exposición -. Es claro que usted, joven Freelance, se me ha acercado hoy con la más resuelta actitud. Esta nueva tierra ofrece un sinnúmero de oportunidades, tal vez demasiado tentadoras y deleitosas para los jóvenes como ud, que ansiando la libertad y corriendo tras los sueños de una vida de aventura y emoción, se dejan llevar por los planes prematuros, sin conocer los verdaderos riesgos y responsabilidades que tales proyectos conllevan. Pero ya he hablado demasiado. Hablando se va la vida y ésta se escapa exhalando un último aliento, sin que las últimas palabras importen más que el recuerdo que dejan impreso en su familia, si es que acaso contienen algún significado trascendente, una revelación, o el número de la cuenta bancaria. Pero déjeme advertirle a ud, joven Freelance, y déjeme decirle, desde la perspectiva de un viejo que ha vivido y ha sabido vivir, ateniéndose a las responsabilidades y al duro trabajo con que nuestros padres, descubridores de este nuevo mundo, forjadores de esta nueva industria que algún día llevará al mundo hacia horizontes inimaginables, hacia una nueva y mejor calidad de vida, ejem... -Volvió a inhalar su pipa-. En fin, ¿cómo decía? Ah, si, si. Le advierto que el mundo está plagado de peligros, escúcheme, usted puede atenerse a la seguridad que ofrece el mundo civilizado y sus métodos, los cuales, déjeme decirle, no son fortuitos ni gratuitos, han sido estructurados desde tiempos remotos, ¡desde el propio Platón, por dios!, para ofrecer un método y una praxis de trabajo que, aunque parezca largo y penoso, al final del camino ofrece la oportunidad de cosechar los frutos del trabajo, los cuales se traducen en éxito, éxito, ¡éxito! -En este momento su respiración se agitaba, su voz cobró un matiz fulminante, y siguió caminando por la habitación, sin voltear a ver una sola vez al muchacho para dar un aire de importancia e interés a la sabiduría que por misericordia había resuelto en verter sobre esa alma jóven. El muchacho, pensó, sin voltear a verlo, debe estar prestando la mayor de las atenciones, erguido derecho en su lugar. Continuó- Así pues, jóven, haga usted lo que quiera, no desperdicie su tiempo y su aliento con falsas y dulces promesas, deje de corretear a las muchachas de la plantación, por dios, ¡deles un minuto para respirar! -Rió con gracia, seguro de que Freelance captaba su buen humor, con el fin de aliviar la tensión y el tono de reproche-, así pues, jóven, no crea que yo no le entiendo, pero aquí tiene usted dos opciones: salir a aventurarse, y enfrentarse a lo desconocido, merced a quién sabe qué peligros, o quedarse a trabajar, seguro de que algún día tendrá el tiempo, el dinero, y la seguridad, para salir a explorar el mundo con sus sirvientes -¡piénselo, sus propios sirvientes!-, y satisfacer su alma juvenil. Recuerde -Agregó con un tono amenazador- que yo soy dueño de todas estas tierras, y que el brazo de la ley puede ser implacable.
Dicho esto volteó hacia el lugar donde el muchacho se hallaba parado, listo para ver su propio triunfo, el elocuente fruto de su estudiada retórica, en la pasmada y reverente expresión de un muchacho dispuesto a seguir sus órdenes, y sin embargo lo que vió... ¡el muchacho había desaparecido!. El Sr. Cant Se hallaba atónito. Dejó caer la pipa y miraba con los ojos bien abiertos el lugar que Freelance abandonó en quién sabe qué momento de la extensa perorata. Mientras él se extendía hablándole de los por qués y los cómos y las máximas de sabiduría mundana, el irrespetuoso jóven no hizo más que retirarse y llevar a cabo los planes que en breves palabras confesó hacía unos minutos.
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