viernes, 18 de enero de 2013

Phillip Brains


Phillip daba su paseo regular por el estacionamiento, aquellos paseos de reconocimiento que hacía todos los días por las distintas áreas del centro comercial. El del estacionamiento era uno de los más importantes, pues presentaba una entrada abierta de par en par para los invasores.
Phillip Brains era un típico ciudadano norteamericano, de unos 26 años de edad, estatura media, complexión media, educado como todos con gran esmero por los medios de comunicación, a saber películas, videojuegos, series televisivas, noticiarios, tiras cómicas, internet, revistas populares... Trabajaba en un centro comercial, en el área de ventas de cierta tienda de electrónica. A ese trabajo se dedicó con gran esmero, resultando de ello la nómina de empleado del mes varias veces consecutivas. El motor de ello, sin embargo, era muy diferente del que sus jefes sospechaban.
En efecto, no se trataba de un muchacho en la flor de su juventud aspirando a ser un gran empresario, un joven servicial con un brillante futuro por delante. Tampoco era un borrego de aquellos que obedecían sin preguntarse por qué, satisfaciendo etc. No, Phillip era perfectamente consciente de su situación y todo lo que hacía lo hacía con la más secreta intención. Anonadado por el bombardeo visual e informático de la propaganda mediática, se ocupaba de cuidar todos los detalles posibles que le permitieran sobrevivir en caso de un apocalipsis zombie.
Phllip daba, pues, su paseo semanal por el estacionamiento del centro comercial -un centro comercial, el lo sabía, era el mejor lugar para refugiarse en caso de una invason zombie-, conociéndolo a fondo, observando todos los detalles pertinentes a cualquier situación que se pudiera prestar. Pasó entonces por el lugar que más le desagradaba en toda la instalación. Tanto así que rara vez se había ido a meter ahí: los cuartos de voltaje y calefacción. Era evidente, no obstante, que nada es previsible, uno nunca sabe cuándo puede hallarse uno en una situación desagradable -sobremanera desagradable, teniendo en cuenta el hipotético panorama-, y era mejor tener conocimiento de los detalles pertinentes. Entró, pues, al área de calefacción y voltaje.
El lugar era oscuro, ruidoso, peligroso, cerrado, y lo único a su alcance que podía servirle de arma era un extinguidor probablemente olvidado y viejo. Era el peor lugar, en toda la ciudad, para hallarse a mitad de un apocalipsis zombie. Sin embargo era menester conocerlo, y Phillip prácticamente no lo conocía.
Y he aqui que, justo en el peor momento, cuando nuestro héroe se hallaba al fondo del oscuro corredor, comenzó lo más temido. Afuera, lejos, apenas perceptible por el intenso ruido que ocasionaban los generadores de voltaje, se escuchaba evidencia de que el día esperado había llegado. Esta clase de cosas suele tomarlo a uno por sorpresa, ¿quién no se ha topado con una desagradable invasión de muertos vivientes en el momento menos oportuno? Afuera, lejos, se escuchaba el ruido de pies arrastrándose, gritos sordos, jadeos; las puertas del pasillo azotaron, se escucharon tambos cayendo y todo tipo de estruendo, incluido algún grito de mujer, algo que no puede faltar en un ataque zombie.
Phillip se congeló, no podía haber llegado en peor momento. No se atrevia a moverse, cualquier ruido podía delatarlo. Lejos, casi inaudibles, se escuchaban jadeos, ellos estaban ahí. Trataba de caminar, podía aún llegar al extintor sin hacer ruido, después pensaría que hacer. Contuvo la respiración tanto como podía. Tenía los nervios a flor de piel, las rodillas le temblaban y solo la voluntad lo mantenía aún en pie. Se había preparado durante años, al punto de volverse un experto en supervivencia para ese momento, y se hallaba atrapado, rodeado, con mínima probabilidad de escapar. Y todo justo en el inicio.
Logró llegar al extintor, aún se hallaba a varios metros de la puerta, y el estruendo de las máquinas le impedía atisbar lo que ocurría allá afuera. Se escucharon unas llantas patinándose contra el pavimento, algo fue derribado más lejos.
Phillip rápidamente maquinó un plan. Tomó el extintor y con paso sigiloso se dirigió hacia la puerta. Estaba cerrada, afuera todo parecía estar tranquilo. Se escucharon pasos.
Ya no había tiempo que perder, en un impulso hizo cuanto podía y tenía a la mano. En un solo movimiento abrió la puerta con una patada y sin darse tiempo para averiguar vació el extintor sobre unas figuras humanas -muertos vivientes, seguramente- que caminaban justo afuera, lo dejó caer pesado sobre sus cabezas y corrió hacia el centro comercial, preparado para todo.
Al abrir la puerta que comunicaba el estacionamiento con el área de las tiendas, tuvo un sobresalto.
Sorpresivamente, todo ahí dentro era la vida de todos los días, ningún indicio de no-muertos devoradores de cerebros. Pronto comprendió todo. Aquellos ruidos debían ser un borracho, o un hombre muy violento. Las figuras eran probablemente empleados y él, si lo habían visto, se hallaba ahora si en problemas. El cuarto de máquinas lo había puesto nervioso, precisamente por eso odiaba ese lugar: siempre le pasaba lo mismo ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario