Una vieja, muy anciana (de esas que ya no sirven para nada porque no trabajan ni representan utilidad para nuestra sacrosanta economía) mira por la ventana. Lo que antes ella hubiera conocido, esa vieja realidad otoñal que va y se entromete entre sus recuerdos entretejiéndose con una vieja melodía fosilizada en el viejo fonógrafo, esos de los que ya nadie recuerda ni concibe (sobre todo por la falta de pantalla touch y el hechod e que haya que poner discos gigantescos que solo abarquen unos cuantos bytes de memoria). la neblinosa tarde de gente apresurada entre humo de carros y superficies grises que se elevan al cielo hasta hacerlo incognoscible, se empapa un poco, se empaña la ventana de la vieja en cuanto mira,-donde en el futuro solo habían unos cuantos hombres-máquina que beben cocacola y fuman la marca prestigiada de tabacos y usan sus ropas de marca-, las lluvias de verano que se deslizaba serpenteando por la ventana presas de la gravedad, que distorsionaban la imagen que luego habría de ser un poco de vaho o vapor blanco teñido sobre la superficie transparente. Más allá, en lugar del centro comercial, ahora, en el pasado, cuando podía recuperar las energías de la ilusión pasada, podía ver solo un granero. Y allá... a lo lejos. Pero eso debe ser una ilusión. Regresemos al presente, afrontemos la realidad. No existe ese granero, no es más que un recuerdo vago, tal vez nunca ocurrió. Sin embargo ella lo recuerda, ella recuerda que alguna vez, en lugar de alcantarillas vagabundos lacras piedrosos, puercos vestidos de azul sofocándose en su propia mierda, alguna vez vio... más allá.
No como algien que sea místico. Ella efectivamente podía ver, con los ojos, un horizonte. El campo, el cielo, las nubes, las estrellas.
Pero dejémonos de eso, eso no existe, hay que ser gente sería. Cómo puede ser que aún creamos en esas cosas? Cuando hay cosas tan importantes (como la sacrosanta economía global y el peligro de los virus informáticos, y este pedo del narco yde la seguridad social y el terrorismo, y bueno, nuestros políticos que violan niños por el ano), como para andar pensando en eso, esas cosas del pasado -la asquerosa vida orgánica- esas cosas que pertenecen a los cavernícolas, faltos de desarrollo y que no poseen nuestros importantes avances en aditivos (sucralosa, aspartame, acesulfame k, glutamato monosódico, y por supuesto, amarillo 40 para que tenga colorsito) y sobre todo nuestros logros en el área de consumo.
Pero bueno. a me harté.
viernes, 20 de mayo de 2011
Pensamientos. Tarde de ocio.
Sí, el ocio es la madre de todos los vicios. Pero también el mejor amigo del hombre (fuera del perro y después del libro). Escuela en griego no significa "tiempo de ocio"? Finalmente las grandes ideas son producto del gran ocio de ciertas personas con agudeza para las cosas o que se yo, una inteligencia despierta. No poseo ninguna pero nada me impide ser ocioso. Así que a continuación mi ocio, para los interesadísimos que quieran conocer mis pensamientos divagantes y divergentes y los sinuosos caminos por los que me lleva mi mente hasta que me pierdo, allá, en otro pensamiento, cuando el otro seguía esperando ser concretado.
La tarde de ocio resultó ser solo eso: una tarde de ocio. La tarde sigue, pero yo? yo sigo igual. Sigo aquí sentado, siendo, o dejando de ser, mientras mi cuerpo envejece. Se puede arrugar, apagar, pudrir, y yo? Donde estaré yo? Voy a buscarme.
Bueno he regresado. La ociosidad de un día mortal toma tiempo. El tieempo envejece, y también nos envejece.
Nosotros lo vemos pasar y y decimos mira, se está yendo. Y mientras se va nosotros seguimreos haciendo nuestros planes, y luego vemos que ha pasado y nos entretenemos y entretejemos en lamentaciones que nos hacen perder más tiempo.
Pero eso ya no nos importa. Seguimos poniendo todo nuestro presente en el futuro. Para tener un futuro sin pasado y con el presente gastado.
Bueno, es que ay que pensar en el futuro, dicen. Bueno, que piensen en el futuro.
En fin esta tarde de ocio que empecé allá arriba acabó hace mucho, creo que fue hace 3 días que escribí eso y así.
Así... que.... vivo en el pasado? estoy viviendo una tarde de ocio que no viví hace 3 días por andar viviendo en la eterna apatía? Bueno. No imorta, permitiré que me juzguen los lectores de mi blog (que gracias a la gracia no son más que yo mismo y tal vez dios).
Adiosito
La tarde de ocio resultó ser solo eso: una tarde de ocio. La tarde sigue, pero yo? yo sigo igual. Sigo aquí sentado, siendo, o dejando de ser, mientras mi cuerpo envejece. Se puede arrugar, apagar, pudrir, y yo? Donde estaré yo? Voy a buscarme.
Bueno he regresado. La ociosidad de un día mortal toma tiempo. El tieempo envejece, y también nos envejece.
Nosotros lo vemos pasar y y decimos mira, se está yendo. Y mientras se va nosotros seguimreos haciendo nuestros planes, y luego vemos que ha pasado y nos entretenemos y entretejemos en lamentaciones que nos hacen perder más tiempo.
Pero eso ya no nos importa. Seguimos poniendo todo nuestro presente en el futuro. Para tener un futuro sin pasado y con el presente gastado.
Bueno, es que ay que pensar en el futuro, dicen. Bueno, que piensen en el futuro.
En fin esta tarde de ocio que empecé allá arriba acabó hace mucho, creo que fue hace 3 días que escribí eso y así.
Así... que.... vivo en el pasado? estoy viviendo una tarde de ocio que no viví hace 3 días por andar viviendo en la eterna apatía? Bueno. No imorta, permitiré que me juzguen los lectores de mi blog (que gracias a la gracia no son más que yo mismo y tal vez dios).
Adiosito
viernes, 13 de mayo de 2011
Un instante
Viejas formas sin sentido, esas que surcan la realidad, esas que no son sino espectros, fantasmas, ideas, quizá. La idea de que algo haya habido ahí, la esperanza, en cierta forma. Nada más, nada de espacios sutiles, ni de confusas telepatías. Nada de simbolismos mentales, o burdos tal vez. Nada de superficies y texturas de colores, nada de cristales luminosos ni de atmósferas enrarecidas. Sólo esto. Esto que se puede palpar, como se siente el aire, pero más etéreo, tal vez imaginario. Como una matemática flotante, como una fantasía -fantasía de caracoles gigantes, de torres de cristal y de infinitas librerías, de paises amorfos de gente de piel brillante-, todo esto no es más que un tal vez. Un tal vez pueda ser, podría ser, por qué no? pero no es. Nunca es, no tiene sentido. Podría decirse... podrían decirse muchas cosas al respecto, podría hablarse de racionalismos sin sentido, como las arrugas de un viejo que nunca vivió, como todas esas palabrejas, palabrejas y palabrejas que encontramos adornando discursos, dialécticas deformadas, trastornadas hasta perder su significado, en pos de la elocuencia. Pero Nada de esto significa nada. No tiene por qué, no es nisiquiera una sombra, o un parpadeo, o un pequeño vacío escondido entre las luces -las luces de colores artificiales, las de colores vivos, entre los anuncios que se manifiestan en lo alto, los que quieren hacerse ver, pero están tan alto que no se dejan. Sencillamente es este... este ir y venir de todos los días, este caminar constante y frenético entre las gotas de la lluvia, entre los sombreros que esconden miradas bajo el gris de una triste ciudad. Ciudad de rascacielos. Cielos olvidados. Y arriba, allá arriba, sí, ese hombre que se enamora del teléfono. O esa mujer que se apasiona, locamente, ante la pantalla que no le dice más que lo que dicen las letras, que no dicen más que un código de ceros y unos.
En este espacio de quién sabe cuántas dimensiones, todos sabemos. Pero todos callamos. Porque lo que sabemos no sirve de nada. Solo lo que no sabemos importa. Y preferimos no saberlo, porque cuando lo sepamos....
Sin embargo nada de esto debía ser dicho, si se ha dicho, ha sido por error, ha sido por el ocio terrible, han sido las conjeturas de un ruido... de un ruido homogéneo y constante, de ese manto de nada, ese siseo que no calla, que promete todas las voces y todas las músicas, el sonido del vacío, la vibración con su textura de infinitas texturas, más y más pequeñas. Como un fractal, pero este no tiene forma, ni sentido.
O sí lo tiene. Se parece este siseo mucho a la lluvia que interrumpo con mis pasos que hacen plas plas entre las gentes de caras escondidas y de facciones grises, de ojos apagados, entre esos que ven colores donde solo veo gris. Esa gente que se ha endurecido y ahora no puede sentir. Son como momias, como cadáveres, como los productos que comen, con sus aditivos y sus conservadores. Aquí no veo el cielo, soloe scuchoe l zumbido constante de la antena que hay allá, a lo alto del edificio.
No veo ni siquiera esa matemática quelo cubre todo -o que subyace todo- esa matemática rígida y ese racionalismo puro que nos rige, que dicta nuestros actos, el racionalismo de la irracionalidad, ese orden caótico que no entendemos aunque nosotros lo creamos. Toda esta exactitud solo me sirve... para limpiarme el culo. De qué sirve que lo sepa todo? He de ser un microcomponente más, de un ordenador fantástico, algo así como algo vivo, pero todos aqui estamos muertos, todos programados, todos caminando en tropel como rebaño al matadero. Cada quien con sus ilusiones, y con sus ideas, y sus problemas y debates y fanatismos y preocupaciones y con su información personal y con su sistema filosofico de quien todo lo sabe. Porque aunque no sepamos nada, sabemos lo sufciente para encerrarnos. Para aislarnos de la realidad, en este círculo de verdades, de axiomas irrefutables. Esa estabilidad de la vida tal como la vivo o como no la vivo, siempre y cuando no difiera de lo que se, porque así es la cosa, sí, así es, estoy seguro, jamás me ha contradecido. O sí? estoy lo suficientemente sordo para no saberlo, no me importa, allá afuera, quién sabe que habrá. No. Estabilidad, orden, civilización.
Todo esto no es más que un sueño, sí, pero es mi sueño. Es ese atisbo de que algo soy... Algo más que este cuerpo y esta mente. Tal vez... la marca de mis tenis, o la capacidad de mi reproductor, o mis ahorros en esa cuenta de banco, tal vez pueda comprar un carro, no tener que soportar a estos. Estos que como niños se meten todos conmigo a este paquete, estos que no saben, no saben que yo tengo la verdad. Todo sería mejor si las cosas fueran como yo quiero. Pero no. Ellos tambien quieren. Y quieren mi dinero. Y quieren mi patrimonio. Y quieren a mi esposa.
No te preocupes. Esta realidad no tiene final. El único final...... Pero bueno, mejor vale no pensar en eso. La madre tecnología, ella, que todo lo puede, y a quien me rindo con mis respetuosas reverencias, ella va a sacarme de aquí.
Queda poco que decir, realmente nunca hubo mucho que decir, o tal vez nada. Tal vez... un te quiero, chau, te hablaré, un jajaja. Unas adulaciones, claro está, para avanzar, avanzar en este plano, en la realidad. Finalmente es la realidad, quién lo va a dudar? es esto lo más tangible. Cómo vas a negarlo, aquí está, me siento en la silla, miro por la ventana y puedo ver, allá afuera, y veo.... nada. Bueno! no importa, finalmente, no hay que andar pensando en esas cosas, solo provoca deolores de cabeza, son fantasías imaginarias. Cómo puedo poner en duda esta realidad, en la que vivo, y me desenvuelvo? Suponer... es una fantasía. Mejor sigo con mi vida, al fin, aunque la desprecie, aunque me haga infeliz, es cómoda, no tengo que expandirme, ni abrir mi mente. Porque las verdades son verdades, pobre de mí si no lo fueran! Por eso estoy aquí, para.... pues para algo especial, se que algo especial me depara, se que mi destino no es tan gris... como esta gente. Yo soy más, yo puedo sobresalir, trascender incluso! Bueno, pero primero hay que pagarle al vecino lo que le debo, y es que no se puede vivir sin licuadora, bueno fuera si se pudera.
En fin, esta es la realidad, sí, no lo puedo dudar, ese gris es gris, y esa cara triste está triste, sí, sin duda, que cómoda es la realidad! Jamás o hubiera pensado así. La misera es miseria... y nada más. El hombre importante es importante, los artistas de la revista son artistas, y la revista es la revista. Esos vagabundos son vagabundos y los locos de colores son eso: locos.
viernes, 6 de mayo de 2011
La idea
Y no es raro que un concepto cruce las mentes de manera tan rápida entre esta gente, para esta raza, capaz de proyectar imágenes propias en la mente de los demás, como si se tratara de un sueño. La idea, pues, se contagió como un virus. Y no es que fuera un virus. En la actualidad toda nueva idea es considerada una especie de virus, pero en ese entonces no era así.
Al principio solo era una imagen sin imagen... una idea. Después algo vago, borroso, luego una figura que nadie nunca logró definir: jamás habían concebido algo así. Los filósofos pronto empezaron a especular acerca de
Finalmente la reunión del Consejo empezó. En un instante todo el barullo de pensamientos entremezclados -que ya aturdía y se hacía insoportable- se calló. Ahora todo el barullo y la tempestad de la incertidumbre se convirtió en un gran mar de oleaje armónico y homogéneo, y allá arriba, como la luna llena, el Consejo.
Hablaron y hablaron. Durante horas. Días. Nadie sabe ciertamente cuánto tiempo pasó. Pensaron, imaginaron, especularon, pero nada sirvió.
Los que optaron por olvidarse de ella y volver a su vida cotidiana no pudieron, pues
Pasó, pues, el tiempo, poco a poco, la gente perdió el miedo, empezó a acostumbrarse a
Pasaron los años, las generaciones, se acabó por olvidar, pues, que
Ya no era un fenómeno, la gente la tenía, sí, pero ya no se ocupaba de ella, se llenaban la cabeza de pensamientos, preocupaciones, y la idea quedó sepultada, siendo y creciendo por sí sola, evolucionando siempre, como ese viejo y olvidado canal de pensamiento colectivo.
Solo se sabe de
Sugiero al lector busque dentro, muy dentro de sí mismo, detrás de sus sensaciones, concepciones, juicios y prejuicios, más allá de lo que cree y de lo que ya sabe, esta idea,
El recinto
Afuera del recinto, nada es real. Solo dentro de él. Y es difícil lidiar con lo que es real.
Aparentemente, para quien no lo sabe, podría parecer que es lo de afuera lo real. Pero no es así. Y esque entrar al recinto, es como entrar a un sueño. Las imágenes se suceden sin control, y uno apenas puede captarlas, confiar en que se sabe lo que son, o lo que fueron en el fugaz instante. Es como entrar en la propia mente. Los sentidos se confunden, se hace todo más difuso. La imagen es palabra y la palabra aroma. Es difícil acostumbrarse, primero hay que querer. También es necesario enfrentarse a uno mismo. Afuera, en la irrealidad, es todo muy cómodo. Las imágenes son imágenes, los olores olores, y el color es color; todo esto es constante, justo lo que parece ser. Todo es concreto y nada cambia, todo tiene bordes y estrictas limitaciones, ya conocidas.
No, adentro no es así. Adentro hay que aprender a moverse, o mejor dicho, a dejarse mover. Este frenético ir y venir de ideas, el constante cambio de esto a aquello, la relación infinita de las cosas con las cosas, aparentemente sin sentido, esta desquiciada realidad donde la razón no es más que una colección de lentas y aturdidoras palabras, en donde la palabra, digo la verdadera palabra, es la palabra precisa; pero no es una palabra como ésta o aquella, o como todas las que estás leyendo, sino un sonido, una onomatopeya abstracta de algo que no se siente, pero tiene textura, que no huele, pero tiene aroma, de algo que no tiene color pero sí luz. Este algo se expande, se transforma, se tuerce y retuerce, se deforma y da vueltas, pero que siempre es, en esencia, la misma sustancia insustancial, eso que escapa a todas las formas y sonidos, ideas vagas, concretas, como vapor difuso inasible o nube que es nube y cambia en formas y más formas. Imposible de retener, y más imposible aún, captar su esencia.
Este torbellino, para quien se atreve, para aquel que se aventure a entrar y soportarlo, conocerlo, dejarse llevar, es como una claridad, en contraste con el ofuscado mundo de las apariencias estáticas.
Afuera, en el mundo irreal, donde los ojos ven y los oídos escuchan, está la ceguera. Ver las cosas, donde el árbol es árbol, y esa mujer de allá es una mujer, la realidad se oculta, se retrae espantada ante lo preciso de las cosas, lo tangible e irrefutable, incuestionable. Semejante ceguera deslumbra, el árbol es tan árbol, que es insoportable, digo: insoportáblemente árbol. La vida ahí afuera es una muerte estática, perenne. Las cosas SON, demasiado tiempo, hasta el borde del hartazgo, condenadas desde su nacimiento, a una muerte inminente, siempre presente, porque sabemos que va a morir. Obran como cadáveres que quieren subsistir, seguir siendo cadáveres vivos, destinados al cambio desde que se apegan a la forma burda que han adoptado, esa prisión para la mente. No es más que un pedazo del fractal, del infinito fractal que realmente es, que no se manifiesta completo, que se mueve, muy lentamente, demasiado para ser íntegro.
Evidentemente, es locura, adentro, en lo real, entre lo real y con lo real. Porque la roca no es roca ya, ¡fue ya hace mucho! Un átomo es un universo y un cuerpo solo es una máquina, lenta y diminuta manifestación de lo prestado, un velo donde se oculta avergonzado lo que se es realmente, la esencia pura, más allá del juego de mascaradas y pretensiones. Aquí dentro, digo, ahí dentro, nada parece tener sentido, para quien se apega a esta irrealidad.
La realidad parece más un sueño, más que esta tangible y convincente mentira, más que a esta computadora, sólida, que no es verbo ni persona, que no tiene los brazos que tal vez podría tener, cuyo color es preciso, blanco, siempre blanco, y cuya forma, es su única forma, la que vemos. Cuyo teclado de letras solo forma palabras como éstas, que apenas sí describen, muy estrictamente, lo que son, nada más, no hay quien las cambie o las moldee. Palabras como tigre, que no es tigre sino mosca, ni mosca sino estrella, o monje, o verde, o que es esta atmósfera de rosas y el rocío luminoso y fresco, que respiro y me impregna, en esta habitación de paredes sólidas, su luz insistente su aire seco, y este constante ruido de teclas, de dedos nerviosos, y esta cabeza que habla más de lo que sabe.
Aparentemente, para quien no lo sabe, podría parecer que es lo de afuera lo real. Pero no es así. Y esque entrar al recinto, es como entrar a un sueño. Las imágenes se suceden sin control, y uno apenas puede captarlas, confiar en que se sabe lo que son, o lo que fueron en el fugaz instante. Es como entrar en la propia mente. Los sentidos se confunden, se hace todo más difuso. La imagen es palabra y la palabra aroma. Es difícil acostumbrarse, primero hay que querer. También es necesario enfrentarse a uno mismo. Afuera, en la irrealidad, es todo muy cómodo. Las imágenes son imágenes, los olores olores, y el color es color; todo esto es constante, justo lo que parece ser. Todo es concreto y nada cambia, todo tiene bordes y estrictas limitaciones, ya conocidas.
No, adentro no es así. Adentro hay que aprender a moverse, o mejor dicho, a dejarse mover. Este frenético ir y venir de ideas, el constante cambio de esto a aquello, la relación infinita de las cosas con las cosas, aparentemente sin sentido, esta desquiciada realidad donde la razón no es más que una colección de lentas y aturdidoras palabras, en donde la palabra, digo la verdadera palabra, es la palabra precisa; pero no es una palabra como ésta o aquella, o como todas las que estás leyendo, sino un sonido, una onomatopeya abstracta de algo que no se siente, pero tiene textura, que no huele, pero tiene aroma, de algo que no tiene color pero sí luz. Este algo se expande, se transforma, se tuerce y retuerce, se deforma y da vueltas, pero que siempre es, en esencia, la misma sustancia insustancial, eso que escapa a todas las formas y sonidos, ideas vagas, concretas, como vapor difuso inasible o nube que es nube y cambia en formas y más formas. Imposible de retener, y más imposible aún, captar su esencia.
Este torbellino, para quien se atreve, para aquel que se aventure a entrar y soportarlo, conocerlo, dejarse llevar, es como una claridad, en contraste con el ofuscado mundo de las apariencias estáticas.
Afuera, en el mundo irreal, donde los ojos ven y los oídos escuchan, está la ceguera. Ver las cosas, donde el árbol es árbol, y esa mujer de allá es una mujer, la realidad se oculta, se retrae espantada ante lo preciso de las cosas, lo tangible e irrefutable, incuestionable. Semejante ceguera deslumbra, el árbol es tan árbol, que es insoportable, digo: insoportáblemente árbol. La vida ahí afuera es una muerte estática, perenne. Las cosas SON, demasiado tiempo, hasta el borde del hartazgo, condenadas desde su nacimiento, a una muerte inminente, siempre presente, porque sabemos que va a morir. Obran como cadáveres que quieren subsistir, seguir siendo cadáveres vivos, destinados al cambio desde que se apegan a la forma burda que han adoptado, esa prisión para la mente. No es más que un pedazo del fractal, del infinito fractal que realmente es, que no se manifiesta completo, que se mueve, muy lentamente, demasiado para ser íntegro.
Evidentemente, es locura, adentro, en lo real, entre lo real y con lo real. Porque la roca no es roca ya, ¡fue ya hace mucho! Un átomo es un universo y un cuerpo solo es una máquina, lenta y diminuta manifestación de lo prestado, un velo donde se oculta avergonzado lo que se es realmente, la esencia pura, más allá del juego de mascaradas y pretensiones. Aquí dentro, digo, ahí dentro, nada parece tener sentido, para quien se apega a esta irrealidad.
La realidad parece más un sueño, más que esta tangible y convincente mentira, más que a esta computadora, sólida, que no es verbo ni persona, que no tiene los brazos que tal vez podría tener, cuyo color es preciso, blanco, siempre blanco, y cuya forma, es su única forma, la que vemos. Cuyo teclado de letras solo forma palabras como éstas, que apenas sí describen, muy estrictamente, lo que son, nada más, no hay quien las cambie o las moldee. Palabras como tigre, que no es tigre sino mosca, ni mosca sino estrella, o monje, o verde, o que es esta atmósfera de rosas y el rocío luminoso y fresco, que respiro y me impregna, en esta habitación de paredes sólidas, su luz insistente su aire seco, y este constante ruido de teclas, de dedos nerviosos, y esta cabeza que habla más de lo que sabe.
Un cuadrito
Un edificio de ébano con torres de tejados puntiagudos que salen como ramas de un tronco y se alzan al cielo con sus cúpulas de alfiler como cientos de oscuros hongos de campana carmesí.
La torre se eleva y se eleva, hasta perderse allá, entre las tenues nubes apenas visibles y luminosas, irradiando un brillo puro. Y revoloteando como polvo bajo la luz del sol blanco que se alza en el firmamento violeta o lila, caóticos destellos cristalinos de inocente alegría.
El suelo es un éxtasis de difusos tentáculos como imágenes de un sueño, que danzan y serpentean anhelando la inasible cima de la torre. Los habitantes, extraños seres que van y vienen como peces, nadando en el aire, precediendo etéreas estelas turquesa, como espermas de camino sinuoso en la enrarecida atmósfera, danzando entre ellos espontáneamente para separarse y perderse, un océano turquesa de corales negros como la noche.
La torre se eleva y se eleva, hasta perderse allá, entre las tenues nubes apenas visibles y luminosas, irradiando un brillo puro. Y revoloteando como polvo bajo la luz del sol blanco que se alza en el firmamento violeta o lila, caóticos destellos cristalinos de inocente alegría.
El suelo es un éxtasis de difusos tentáculos como imágenes de un sueño, que danzan y serpentean anhelando la inasible cima de la torre. Los habitantes, extraños seres que van y vienen como peces, nadando en el aire, precediendo etéreas estelas turquesa, como espermas de camino sinuoso en la enrarecida atmósfera, danzando entre ellos espontáneamente para separarse y perderse, un océano turquesa de corales negros como la noche.
Apócrifa erudición
Lo impensable caminaba de un lado a otro, con paso lento y pesado, absorto en profunda meditación, deslizándose entre oscilantes destellos de lo que podría ser. Así se movían entre las altas torres de coral, e un país de fantasía surcado por el gris de la época muerta como densa niebla, más turbia que el pensar revoltoso y constante de las cosas sin sentido y del absurdo sentir del tacto artificial de texturas sintéticas en una atmósfera plana de pesimistas ideas grises, como nódulos estancados en el aire, en una red de enmarañadas ideas sin destino ni origen.
La claridad del manejo individual de los seres abstraidos en el éter de lo exacto, revoloteaba en círculos en torno a conceptos sin color en la penumbra de un motivo desconocido, la motivación oculta de la máscara sonriente -insoportablemente sonriente; con una sonrisa de ceniza de tabaco y humo azulado, de algún recuerdo del viejo tiempo-, como un vasto recinto vacío donde se sabe que hay algo, que el ojo no ve y la mano no toma.
Era una densidad relativa, relativa siempre a la curva de la luz, de las teorías postrelativistas y terminologías ambiguas intangibles. Palabras grises como pastillas geométricas, donde antes hubiera gardenia y azahar.
Donde antes un universo crecía, la concepción epistemológica con su metodología neoindustrial -palabras, palabras, palabras como lo fueran tigre y plástico-, ahora invertían su razón en el avistamiento generacional del escepticismo cósmico, ahora como un planeta numérico envuelto en una rejilla cartesiana, poblada de químicas de orgánica estabilidad congruente -¿y la vida?- que manifiestan perfecciones soñadas, en espacios de refinado detalle. Espectáculos circenses de conceptos y parapsicologías danzantes, el orden cuadrático del fuego vital en las fauces del león matemático. La carpa con su estructura simbológica universalista contextualizada en la sinrazón del armónico cáos cósmico de leyes impostoras. Bestial crimen de la serpiente profana, la material lengua bífida de la dualidad. Procesos mecánicos morfológicos, cognoscibles ahora donde rebosaban clavel y rosa, imaginación y primavera ahora agonizantes, apócrifo conceptualismo de la percepción.
La claridad del manejo individual de los seres abstraidos en el éter de lo exacto, revoloteaba en círculos en torno a conceptos sin color en la penumbra de un motivo desconocido, la motivación oculta de la máscara sonriente -insoportablemente sonriente; con una sonrisa de ceniza de tabaco y humo azulado, de algún recuerdo del viejo tiempo-, como un vasto recinto vacío donde se sabe que hay algo, que el ojo no ve y la mano no toma.
Era una densidad relativa, relativa siempre a la curva de la luz, de las teorías postrelativistas y terminologías ambiguas intangibles. Palabras grises como pastillas geométricas, donde antes hubiera gardenia y azahar.
Donde antes un universo crecía, la concepción epistemológica con su metodología neoindustrial -palabras, palabras, palabras como lo fueran tigre y plástico-, ahora invertían su razón en el avistamiento generacional del escepticismo cósmico, ahora como un planeta numérico envuelto en una rejilla cartesiana, poblada de químicas de orgánica estabilidad congruente -¿y la vida?- que manifiestan perfecciones soñadas, en espacios de refinado detalle. Espectáculos circenses de conceptos y parapsicologías danzantes, el orden cuadrático del fuego vital en las fauces del león matemático. La carpa con su estructura simbológica universalista contextualizada en la sinrazón del armónico cáos cósmico de leyes impostoras. Bestial crimen de la serpiente profana, la material lengua bífida de la dualidad. Procesos mecánicos morfológicos, cognoscibles ahora donde rebosaban clavel y rosa, imaginación y primavera ahora agonizantes, apócrifo conceptualismo de la percepción.
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