miércoles, 20 de marzo de 2013

Azotes celestiales

El alma desciende, desciende. Baja muy tranquila, ligera como polen y va a posarse dentro del primer cuerpo que se pone en su camino. Se trata de un hombre gordo, barbón y elegante en su féretro. Abre los ojos, su mujer que sollozaba a su lado lanza un grito y cae desmayada. Entonces el recién resucitado, como Lázaro, selevanta y anda. Solo que no aloja ya la misma alma. Mister Jaggermenn, Lord Jaggermenn, como se hace llamar, cruza el gran patio espantando a la servidumbre. Hace dos días que murió el *¡ejem!* respetable *¡jum!* patrón y ahora, como si se levantara de un simple resfriado, camina tranquilo como Pedro por su casa. Bueno, es su casa despues de todo, y es su vida, su cuerpo. Nadie hay para decirle qué puede y qué no puede hacer con él, ni siquiera el doctor, evidentemente, pues de lo contrario probablemente nunca habría muerto. Pero eso ya no importa porque, por lo visto, ni Dios mismo tiene poder sobre él. Nadie sospecha que ela verdadera alma de Mister Jaggermenn está ahora muy pero que muy lejos, rindiendo cuentas a cuantos hubo atormentado en vida. Ahora su cuerpo hurtado vaga por el mundo sin saber siquiera quién es ni dónde se encuentra.
En el cielo, mientras tanto, cientos de almas en las oficinas de disribución de cuerpos corren, gritan órdenes, hacen llamadas telefónicas, taquigrafían, chocan unas contra otras cargadas de papeles, se regañan, escriben papeles oficiales. En fn, la complicada burocracia espiritual parece que seva a venir abajo ante la aparente duplicación de un alma. Mientras que el ánima de Mister Jaggermann sufre los tormentos, consecencia de sus acciones, su cuerpo anda muy orondo disfrutando de la vida. Se tuvo que expedir una orden de inventario general de almas para dar con la identidad del fugitivo. Por fin se descubre la razón de esta irregularidad. En el sector Edén-5-GB-665 una serpiente anda suelta. Desde que se suprimieron las manzanas estas serpientes se dedican a convencer a las almas de bajar a tierra y aparecerse ante sus seres queridos, o de dibujar jesucristos en el pan tostado. Esta serpiente es la responsable de haber provisto a un alma del cuerpo de este millonario para que disfute de los placeres del mundo. Ahí van las uerzas del orden celestial. Algunos agentes de la agencia del Arcangel Miguel, obedeciendo a un antiquísimo protocolo no usado desde la edad media, lanzan trompetazos en el cielo. Trompetazos que, por supuesto, son interpretados por la gente como señal del apocalipsis. Entonces el verdadero caos se desata. La gente corre, grita, unos regalan sus fortunas, otros se entregan a los plceres del pecado, unos más se convierten en virtuosos. Las ciudades quedan en ruinas, abandonadas. Y los ángeles juduciales aprehendiendo a un hombre, y ahi acaba el teatro. La servidumbre antes mencionada queda atónita: no salen de si de ver aquel pequeño apocalipsis y tanto despliege del poder celestial solo para llevarse a su patrón que acaba de resucitar.
Dios, el Señor, en su infinita gloria, el ubicuo, el omnisciente, contempla toda la acción, y, reventando de risa no puede contener las lágrimas. Estas lágrimas van a dar al mar en la forma de un huracán que azota a un pequeño barco.

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