miércoles, 20 de marzo de 2013

Azotes celestiales

El alma desciende, desciende. Baja muy tranquila, ligera como polen y va a posarse dentro del primer cuerpo que se pone en su camino. Se trata de un hombre gordo, barbón y elegante en su féretro. Abre los ojos, su mujer que sollozaba a su lado lanza un grito y cae desmayada. Entonces el recién resucitado, como Lázaro, selevanta y anda. Solo que no aloja ya la misma alma. Mister Jaggermenn, Lord Jaggermenn, como se hace llamar, cruza el gran patio espantando a la servidumbre. Hace dos días que murió el *¡ejem!* respetable *¡jum!* patrón y ahora, como si se levantara de un simple resfriado, camina tranquilo como Pedro por su casa. Bueno, es su casa despues de todo, y es su vida, su cuerpo. Nadie hay para decirle qué puede y qué no puede hacer con él, ni siquiera el doctor, evidentemente, pues de lo contrario probablemente nunca habría muerto. Pero eso ya no importa porque, por lo visto, ni Dios mismo tiene poder sobre él. Nadie sospecha que ela verdadera alma de Mister Jaggermenn está ahora muy pero que muy lejos, rindiendo cuentas a cuantos hubo atormentado en vida. Ahora su cuerpo hurtado vaga por el mundo sin saber siquiera quién es ni dónde se encuentra.
En el cielo, mientras tanto, cientos de almas en las oficinas de disribución de cuerpos corren, gritan órdenes, hacen llamadas telefónicas, taquigrafían, chocan unas contra otras cargadas de papeles, se regañan, escriben papeles oficiales. En fn, la complicada burocracia espiritual parece que seva a venir abajo ante la aparente duplicación de un alma. Mientras que el ánima de Mister Jaggermann sufre los tormentos, consecencia de sus acciones, su cuerpo anda muy orondo disfrutando de la vida. Se tuvo que expedir una orden de inventario general de almas para dar con la identidad del fugitivo. Por fin se descubre la razón de esta irregularidad. En el sector Edén-5-GB-665 una serpiente anda suelta. Desde que se suprimieron las manzanas estas serpientes se dedican a convencer a las almas de bajar a tierra y aparecerse ante sus seres queridos, o de dibujar jesucristos en el pan tostado. Esta serpiente es la responsable de haber provisto a un alma del cuerpo de este millonario para que disfute de los placeres del mundo. Ahí van las uerzas del orden celestial. Algunos agentes de la agencia del Arcangel Miguel, obedeciendo a un antiquísimo protocolo no usado desde la edad media, lanzan trompetazos en el cielo. Trompetazos que, por supuesto, son interpretados por la gente como señal del apocalipsis. Entonces el verdadero caos se desata. La gente corre, grita, unos regalan sus fortunas, otros se entregan a los plceres del pecado, unos más se convierten en virtuosos. Las ciudades quedan en ruinas, abandonadas. Y los ángeles juduciales aprehendiendo a un hombre, y ahi acaba el teatro. La servidumbre antes mencionada queda atónita: no salen de si de ver aquel pequeño apocalipsis y tanto despliege del poder celestial solo para llevarse a su patrón que acaba de resucitar.
Dios, el Señor, en su infinita gloria, el ubicuo, el omnisciente, contempla toda la acción, y, reventando de risa no puede contener las lágrimas. Estas lágrimas van a dar al mar en la forma de un huracán que azota a un pequeño barco.

lunes, 18 de marzo de 2013

Se terminó el juego

La estación de ferrocarril es vieja y elegante. Está decorada con el más exquisito art-noveau, a la francesa. Ahí la gente se apresura a abordar los trenes que descansan como orugas de hierro, trenes que en un trabajoso traquetear emprenden una marcha fatigada, soltando un silbido, una exhalación y corren sudando un espeso humo negro.
Cierto día en los andenes, entre la gente que corría, tropezaba, se despedía, en algún lado había un hombre tranquilo, impasible como una peña entre el inquieto oleaje del mar; un hombre en quien nadie había reparado, y ese era precisamente su deseo. Confiaba en que la gente estuviera muy ocupada en sus menesteres, y así era, de modo que ni una mirada fue a posarse en él. Estaba tranquilo.
Pero a veces la tranquilidad de una noche clara y serena puede ser violentada por un fugaz, inesperado destello de luz. Y el dicho señor -tipo esbelto, alto, elegante- se estremeció de pies a cabeza al sentir herida su invisibilidad por una mirada que se hundía en su persona como una flecha. Disimuló al voltear y vio a la responsabe: una mujer alta, también elegante, de buen porte, blanca y de ademanes firmes y sin embargo gráciles, que le miraba con ojos azules capaces de herir de muerte a cualquiera. Vio en su rostro asomarse una tímida sonrisa.
Un vértigo se apoderó de él. Sintió el suelo tambalearse bajo sus pies y el gentío que lo rodeaba estaba ya muy lejos; el espacio en que estaba parecía haberse dilatado y veía tan solo a esa mujer frente a él. Sintió miedo, ¿de qué? Tan solo una mujer lo miraba en la estación, cosa de todos los días. Se reprochó su duda ante una situación tan familar, una situación que tan bien sabía él manejar.
Como para probarse a sí mismo dirigió hacia ella sus pasos. Además, pensó, sería más fácil pasar desapercibido en compañía de una dama. El corazón le latía con fuerza, el pulso se le aceleraba, y él se decía a sí mismo que ello era tan solo una flaqueza del espíritu.
-¿Me permite ayudarle con su maleta?
La mujer, de buenos modales y bien educada, pronunció las debidas disculpas: "No quiero molestarlo", "Es un camino muy corto", "Gracias, muchas gracias".
En un rato caminaban ya con paso tranquilo entre os atareados citadinos, comentando el destino de ella, el de él, sobre el clima, el decorado de la estación. Ella reía, él se veía relajado. Sin embargo dentro de él un sentimiento indefinible se hallaba latente.
Despues hablaron de juegos de mesa. Ella era, al igual que él, aficionada al ajedrez, y solía participar en os torneos.
-Ya tendremos ocasión de jugar una partida -dijo ella.
Era también mujer muy ilustrada, gustaba de la filosofía y las artes, gustaba sobre todo leer a Montaigne. A cada palabra que ella le revelaba, él en su interior se llenaba de una sensación desconocida, que ahora le trepaba hasta la piel como sutil enredadera. Este sentimiento inefable se tornó en una especie de vacío.
Llegó el tren de ella. Ya iba a partir esa exquisita mujer y él quería apurar ese momento, solo queria verse libre de todo aquel embrollo emocional. Cargó su maleta y la acompañó al tren. Al subir con ella vio a un grupo de uniformados esperándola. No eran empleados de la estación. Quiso huir, sin embargo afuera lo esperaban más policías. El rostro de la mujer esbozó una inteligente sonrisa.
-Maxwell Rascal -le dijo- Se terminó el juego. Quedas arrestado por fraude. -Un policía lo esposaba.

miércoles, 6 de marzo de 2013

El color

Hubo un tiempo en que la ciencia llegó a un momento culminante. Por esos tiempos todo loque valiera la pena descubrir había sido ya descubierto. Cualquier otra cosa que la ciencia udiera revelar resultaría nimia y no másque mero entretenimiento. En suma, la humanidad ya tenía bien configurada la realidad. Las ciencias llegaron a un declive, parecía que ya no íbamos a necesiar más físicos teóricos, matemáticos o biólogos. Las academias pronto desaparecerían y con ellas el medio científico, sobreviviendo apenas los ingenieros, médicos y farmacéuticos.
La perspectiva de un hecho ininente desapareció de pronto una mañana cuando los periódicos anunciaron que el Dr. Gray había descubierto un nuevo color.
¡Un nuevo color! La gente andaba loca, nadie podía creérselo. Muchos trataron de imaginar este nuevo color, las ventas de aspirinas andaban por los aires.
El color, sin embargo, no lo mostraron. Durante un periodo éste estuvo reservado para la clase científica. Pero la creciente demanda los obligó a mostrarlo al público.
El nuevo color había sido gestado en n laboratorio, por lo que se necesitaban certas condiciones para poder apreciarlo. Esto se hiz en auditorios especiales que, desde el primer día de exhibición, se vieron abarrotados de gente. Dentro, una vez establecidas las condiciones óptimas, empezó el furor.
-¡Amarillo!
-¡Morado!
-¡Yo veo rojo!
-Yo no veo nada
-¡Es blanco!
Se trataba de un color nunca antes visto y era, en cierta medida, inconcebible.
Aún así el color fue aceptado y se convirtió en una sensación. Buscaron un nombre para el nuevo color, el apellido de su descubridor (Gray) estaba fuera de cuestión. Como nadie estaba segro de haber visto realmente un color, y mucho menos de poder relacionarlo con otro, optaron por llamarle "color sutil".
La ciencia teórica se elevó con el hallazgo del color sutil. Volvieron las entrevistas, las conferencias, las tesis, los densos y oscuros artículos de investigacón.
También el comercio se vio impulsado. Con el pretexto del color sutil se vendieron crayones, televisores, radiotransmisores, refrigeradores, shampoo, bolsas, utensilios, computadoras, dulces, juguetes, y una larga lista de etcéteras.
Luego llegó la fatalidad. Un cierto físico apareció con una rigurosa demostraciónmatemática de que no puede existir ningún color fuera del viejo espectro rojo-azul. Otro mostró cómo en los auditorios se utilizaron aparatos que estimulaban los 5 sentidos de manera que la mente se confundía y mandaba la falsa señal de que se estaba viendo algo así como un color incierto. Una crisis, de pronto nadie quiso creer más en la ciencia, los profesores fueron acusados de charlatanes, el prestigio académico cayó en picada. Ciertamente las universidades estaban próximas a su extinción.
Luego llegaron más científicos de toda índole: 'Un color no es más que un estímulo visual...' bla bla bla '... una ilusión sensorial que la mente interpreta...' y para no enredarnos en tecnicismos y definiciones, diré solo que demostraron que aún el engaño cabía dentro de la definición de "color" y, por lo tanto, realmente se había creado un nuevo color.
Esto dividió a la gente. Por un lado estaban los que creían en el color sutil -los sutilistas- y los que lo rechazaban -los espectralistas-.
Y la discusión sigue. De aquellos días hasta ahora las ciencias han persistido, convirtiéndose tan solo en fieras agumentaciones entre sutilistas y espectralistas.
Hoy en día, hablar del color viene a se como hablar de religión, de política, o de los Illuminati.

martes, 5 de marzo de 2013

Sobre los inconvenientes de tener ciertos apellidos.

Mini-cuento para matemáticos
¿Quién puede evitar recordar al descubridor de la Suma de Riemann, o de las Series de Fourier, la Identidad de Euler o aún la constante de Krapekar?
He aqui una historia de cierto matemático que tuvo cierta dificultad en este aspecto. Nuestra historia se desarrolla en el siglo XXi cuando Christian Serie descubre un número con cuertas peculiaridades. No me detendré a explicarlas, tan solo a comentar que hubo cierta confusión pues en honor a su descubridor se llamaba al número "Número de Serie". Peor aún fue cuando descubrió también que el Número de Serie era el dominio de convergencia de una suma infinita, qe pasó a ser llamada "Serie de Serie".
Esta confusión llevó a los matemáticos a considerar el nombre de pila del Dr. Serie. Pero decidieron dejarlo pues el nombre "Christian Number" o "Número Cristiano" causaría revuelo. Ya tuvimos esa experiencia con la "Partícula de Dios". Y para números místicos ya tenemos phi.
Así pues, el nombre Serie se quedó grabado en la jerga matemática. Hoy incluso se utilizan términos como "Fuera de Serie", "Miniserie" y "Producción en Serie".
Este relato debe servir de moraleja a científicos y matemáticos: si se busca hacer algún importante descubrimiento, procúrese tener un buen apellido.

Método de publicidad

He de confesarlo. He llegado a un grado de desfachatez indigno de un buen escritor. Me he dedicado a hacerme publicidad.
Dentro de un rato iré a leer al Cafe Tal. Ya lo tengo todo trazado. Me siento en algún lugar, cerca de las ventanas, no importa, he venido a cumplir una misión. Leo un rato algún libro de cuentos mientras espero su llegada. Ah, ¡aquí viene! La reconozco porque viene cargada de libros, cuadernos. Por lo demas, nunca en mi vida la he visto. Me distraigo leyendo un rato más, esperando mi oportunidad. Verán, el Café Tal es un lugar perfecto para llevar a cabo mis planes; siempre hay alguien estudiando, haciendo su tarea, o trabajando en su tesis. Llego antes del atardecer, antes de que se llene de mtemáticos, que ya todos se conocen y han acabado por conocerme, y así no se puede. Ah, aquí viene mi oportunidad. Tal (el gato local) se pasea entre las mesas. La mujercita está sentada en la mesa junto a la mía, así que será fácil. La miro por el rabillo del ojo conforme se acerca el gato. Como algo casual, un curioso accidente, nuestras manos se rozan cuando queremos acariciar a Tal. Me mira, la miro. Sonrisas. Volvemos, en fin, a nuestros asuntos. El gato se le acerca y yo sonrío mirándola cuando lo acaricia. Ella lo nota, es todo tan sutil. Ah, pero amigo lector, ¿para qué te mareo con detalles si ya tú sabes cómo es esto? Contacto visual, sonrisas, una palabra y listo. ¿O es que tu no acechas a las mujeres guapas? Entonces diría que te conozco aún menos de lo que pensaba.
Volviendo a mis asuntos, termino de leer, dejo a un lado el libro y ya inspirado me dispongo a escribir. Con natural calma dejo el libro a un lado, saco mi cuaderno y ¡Vaya sorpresa! Por una extraña casualidad he dejado mi pluma en casa. Lástima, tan inspirado que estaba. Mas una súbita idea cruza por mi mente. A mi lado hay una dama haciendo su tarea, ¿No le sobrará entre sus curiosidades una pluma? Ah, muchas gracias (sonrisa), ahora si que puedo escribir.
Dejo a mi pluma correr, escribo tal vez unos versos:
La luna nueva no se deja ver
El sol cansado ya se va a dormir
Mi chocolate ya se está acabando
Pero tu sonrisa, ¡Tu sonrisa conmigo se queda!
No es necesario romperse la cabeza, basta escribir algo sencillo. Escribo otro rato, en otra hoja, otras cosas, un cuento tal vez, ¿quién sabe? No hay prisa, en un rato me iré. Está todo bien planeado. Bajo el poema escribo algunos datos míos. Guardo todo, tranquilo, me levanto y me dirijo a mi vecina. "Gracias por la pluma" (sonrisas). Cuando esté ya yo fuera notará ella que con la pluma hay un papel: un pequeño poema y abajo mi nombre y la dirección de mi blog.
Y así, querido lector, es que en tan solo 2 semanas han aumentado felizmente las visitas del blog. Mi pluma se queda en casa  mañana puedo regresar al Café.

El arruina-momentos

AgrioMagno -ese era su nombre de artista- andaba muy ocupado ese día. No le agradó enterarse de que el momento que debia arruinar a continuación estaba del otro lado de la ciudad. Bueno pues, gajes del oficio. La verdad es que disfrutaba su trabajo. Cuando alguien quería arruinar alguna ocasión lo contrataban. Hacía él una entrada abrupta, interrumpiendo la escena -fiestas, comidas, bailes, el silencio en la sala de espera...-. Él tan solo soltaba un discurso irreverente cual presentador de circo e introducía al protagonista de la escena: un familiar olvidado, un esposo vengativo, el patriarca anunciando que desheredaría a la familia, la noticia de un deceso, etc. AgrioMagno disfrutaba, tras su absurdo y francamente divertido acto, ver las expresiones de contrariedad y subsecuentes discusiones producidas por la mala noticia. Ese era su momento. Y lo mejor: le pagaban por ello.
Llegó al lugar en cuestión; se trataba de una grandiosa mansión lujosamente decorada. La clase alta, su clientela favorita. Las damas de sociedad siempre andaban como vestidas para la ocasión. Resulta también que era la clase alta la que más contrataba sus servicios.
Irrumpió en el espacioso comedor donde viejos aristócratas engalanados lo miraban perplejos en torno a la mesa donde se celebraba un gran banquete.
-Ah, ¡viejos amigos! No se molesten, permítanme -hizo una reverencia-. Pobres, pobres, pobres de ustedes, los veo bastante confundidos. Ah, ¿Es que no me recuerdan? Soy el fantasma de la pasada navidad. ¿Cómo están hoy? Muy bien, esepero, muy presentables eso si, para esta especial ocasion. Y ya con la barriga bien llena, más que llena para recibir a nuestro distinguido invitado. Espero hayan dormido bien porque esta noche no podrán pegar ojo. Permítaseme presentar a un viejo amigo de ustedes, sin duda lo recordarán pues es de él ese deleitoso festin, de él las joyas que adornan a las señoras, de él sus finos vestidos, asi es damas y caballeros, ni más ni menos que el Duque Gastón.
La sorpresa llenó la sala, los invitados se miraban llenos de duda, hablando por lo bajo. Acto seguido nuestro presentador desapareció por una puerta contigua.
AgrioMagno quería ver el drama, pero dadas las circunstancias había de limitarse a escuchar. No oyó nada. Apenas unas voces confusas que pronto se calmaron. AgrioMagno no entendía. Escuchó luego cubiertos chocando, ¡Los convidados volvían a comer! ¡Escuchó risas! Se enfureció. ¿Cómo podia él hacer su trabajo si no se presentaba luego el antagonista a sembrar la discordia? Ésto era insólito, viajar tan lejos para ver su trabajo frustrado. Su bien pensado discurso se vino abajo, el efecto de su acto se hubo perdido.
Entró entonces desde el comedor el Duque Gastón. El hombre que lo contrató lo miraba con una sonrisa maliciosa. Él no era el antagonista del momento, esos comensales, viejos y tranquilos que ahora disfrutaban de su cena lo eran. No había sido contratado para arruinar la comida. Ya entendía todo:
¡El arruina-momentos, contratado para arruinar su propio momento!

jueves, 28 de febrero de 2013

El Sol


El sol terminó de ocultarse y la noche vino a posarse sobre los campos como una segunda piel. Poco sabían los hombres que esto era definitivo cuando fueron a ocultarse en sus casas.
Al principio los más madrugadores, que se paran antes que el sol, no notaron el fenómeno. Acabadas sus faenas matutinas vieron con agrado que aún les quedaba madrugada para hacer otras cosas. Los menos mañaneros y los perezosos despertaban, veían el cuarto sumido en tinieblas e instintivamente volvían a dormir. Cuando el sueño se escapaba y se aturdían de dormir tanto notaron que algo andaba mal: aún no salía el sol. Solo cuando ya era demasiado tarde para seguir a oscuras la gente se percató de la situación y se reunieron todos en la polvorienta plaza a comentar lo sucedido. Un profundo temor se asentó en los corazones de los habitantes. Los más viejos recordaron las prácticas de sus abuelos para invocar a los espíritus de la siembra y al sol, y al cabo regresaban a la plaza cargados de ídolos de madera y piedra, provenientes de alguna época remota y oscura, oscura como esa noche dilatada. Pusieron los ídolos en el centro de la plaza rodeados de comida, teas, plumas, antiguas joyas de plata sucia que habían sobrevivido a los saqueos. Quemaron copal y resinas. Se sacrificó incluso a una res y varios corderos. Esperaron entonces el alba: Nada. Resolvieron continuar viviendo la noche como el resto de los días pasados, y cada quien se ocupó en sus tareas cotidianas. Se regaron los campos, pastaron los animales confundidos, se transportaron materiales, se vendieron alimentos, se remendaron ropas y zapatos; todo a la luz de velas y hogueras.
El tiempo desapareció, ya no había mañana, no había mediodía, tarde ni crepúsculo. Cuando cada quien hubo terminado sus quehaceres se reunía en la plaza con el resto del pueblo, junto a una gran fogata, a buscar compañía, calor, a esperar el regreso del sol. Uno a uno eran vencidos por el sueño y regresaban a sus hogares.
Cuando despertaban sentían en torno la penetrante oscuridad. Se les iba un rato en procesarlo y entonces recordaban: sí, era real, no, no fue un sueño. El futuro era incierto. Nadie sabía que sería del pueblo, había suficiente comida para tres días -¿qué cosa era eso? ¡tres días!. La siembra se debilitaba, cedía al peso de la gravedad, los hombres la sentían y adivinaban en ella un tinte amarillento. El mundo estaba frío. Los cuerpos languidecían y la piel se hacía opaca. También el cielo había cambiado, bastaba con mirar arriba y sentirse abrumado por la inmensidad de un cielo tapizado de luceros, muchos más de los que jamás habían imaginado siquiera. A veces se veía un círculo de un negro profundo entre el negro luminoso del fondo: era la luna. La gente veía las estrellas, aprendieron a reconocerlas, descubrieron el eje sobre el que se mueve la bóveda, conocieron la estrella polar. Aprendieron a medir los días de acuerdo a los astros.
El tiempo pasó, la comida se acababa, la siembra malograda daba unas verduras anímicas y unos granos arrugados y amargos. Casi todas las reces, borregos, cerdos y gallinas habían sido sacrificados. Los ídolos al centro de la plaza, entre lujosas plumas y humo de copal miraban ajenos al mundo, miraban con ojos de piedra. Un vacío llenábalo todo. Se apoderó del campo, donde hubo desaparecido la actividad diurna y solo existía el ruido del cascabel y el paso furtivo de las alimañas entre las matas. También dentro de los hombres creció un vacío, no tan solo un vacío digestivo, sino un hueco vago, como el que había dejado el sol.
Ya todos habían aceptado la fatalidad cuando recordaron un viejo camino polvoriento y olvidado. Era un camino externo que pasaba junto al pueblo, pero hacía años que nadie entraba ni salía de ahí. Lo recordaron cuando vieron llegar por el un elegante Rolls-Royce, negro como la noche. Se detuvo frente al pueblo y se apeó un sujeto muy elegante. Lucía un costoso traje blanco, blanco. Pantalón recto blanco, camisa blanca, chaleco blanco, saco blanco y un fino sombrero blanco. Los zapatos negros hacían eco de él reluciendo con una luz indefinida. El dueño del traje tenía la piel blanca como leche. Su expresión era luminosa y no dejaba de sonreír “¿Ese qué tanto sonríe?”.
Caminó a la plaza del pueblo, a gente se escondía temerosa. Cuando llegó a la plaza y se detuvo, poco a poco se fueron acercando a él. Ya lo rodeaba todo el pueblo mientras él miraba los ídolos indolentes. Sonrió de nuevo y habló.
-¡Señores! Yo se que todos ustedes deben estar preocupados por la desaparición de nuestro sol –señaló al horizonte, todos voltearon.- ¡Pero! –volvieron a mirarlo- no hay razón para ello. Atravesamos ciertas dificultades técnicas, sin embargo me complace anunciarles que el problema ha sido arreglado satisfactoriamente. Dentro del horario establecido –miró su muñeca-, aproximadamente unas doce horas, se reanudará el servicio y podremos regresar a nuestro ritmo cotidiano. –Sonrió de nuevo, esperó alguna reacción de parte de sus oyentes pero todos lo miraban atentos, sombríos. –Bueno, si no hay ninguna duda continuaré mi camino, ¡Tengo muchos pueblos que visitar, saben!
El Rolls-Royce desapareció dando tumbos por el viejo camino que nuevamente se sumió en el silencio y el olvido.
Nadie entendió una palabra de lo que el forastero dijo “¿Qué tanto decía ese?”. Pero su visita les dio cierta esperanza. Adivinaron una promesa en el extraño discurso, pero ¿Cuándo? “¿Doce horas? ¿Y eso cuándo es?”. Sin embargo en un rato todo el mundo estaba reunido a la orilla del pueblo, mirando atentos a la lejanía, junto a una nueva hoguera.
El tiempo pasó y la noche era eterna. Poco a poco los fue dominando el sueño, e iban a sus casas a esperar el destino. Otros mantenían la esperanza, hasta que el sueño los dominó.
Entre sueños les pareció percibir la claridad del alba. Les llegó como un recuerdo lejano, bien enterrado. Lo descartaron, es nunca llegaría. Sintieron como a un fantasma la cálida caricia del día “¡El sol!” y soñaron con el amanecer esperado, con la claridad de los montes “¡El soool!”, con sus mujeres tostadas por el calor “¡El soooooool!”.
Fueron despertando con los gritos y sacudidas del joven que brincaba, gritaba, corría presa de algún trance. Lo vieron en una insólita claridad correr y brincar pueblo adentro a la par que gritaba:
-¡El sooool! ¡Ha vuelto el soool!
En efecto, asomándose apenas entre las colinas, como un recién nacido, salía el sol.

El Sátiro


Un sátiro lo visitaba cada noche. A oscuras, acostado sobre su petate, cubierto en la gruesa cobija de lana, entre las paredes de adobe lo veía. Bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por la puerta, divisaba apenas una silueta que parecía materializarse entre las sombras envolventes. Entonces se movía. Las primeras veces el se había asustado. Ahora no, ahora lo conocía. El sátiro andaba, iba y venia como ocupándose de ciertos menesteres: iba a la esquina y ponía al fuego pesados calderos, cruzaba la habitación y movía enormes figuras de piedra que evocaban bestias antediluvianas, luego se paraba al centro de la habitación, justo frente a el, y ejecutaba una extraña danza. Parecía convulsionarse, perder el control, girar vertiginosamente. Antes se asustaba, en vano quería levantarse y ayudarle. Ya no, ahora sabía que esto ocurría todas las noches, repitiendo siempre la misma escena. En la mañana las visiones se disipaban con el alba y cuando el sol penetraba por el marco de la puerta, apenas cubierto por una tela, se hallaba otra vez el solo, en el espacioso cuarto -en esos momentos le parecía grande, enorme-. Solo una caja de cartón descansaba junto a el.
Ahora el sátiro había dejado de visitarlo. El día que cumplió doce anos lo sorprendió la mañana en su espera del viejo sátiro al que, sin saberlo, le había tomado afecto. ¿Hacia cuantos anos que lo visitaba? 4? 6? Esa noche no vino. Ni la noche siguiente, ni la que siguió. Hacia ya un mes de esto y el extrañaba al grotesco sátiro, su extraño ir y venir, el misterioso ritual que ejecutaba noche tras noche, siempre igual, tan familiar para el. Era, pensaba el, su único amigo. Fuera, en la ígnea llanura, no tenia amigos. Ni los hombres que miraban al horizonte en silencio, siempre al horizonte, ni sus hijos que se ocupaban siempre en molestarlo; lo molestaban porque el también callaba. Callaba pero no miraba el horizonte. Una vez miro el horizonte, buscando lo que los hombres veían, y no vio más que la extensa llanura que huya de la vista para irse a perder allá, junto al cielo.
Pensó que tal vez los hombres veían algo que el no veía, algo mas Allah del horizonte, el cual descorrían con los ojos como a una cortina. El no lo veía; volvió a ver la tierra bajo sus pies. Ahí se veía mas clara. Miraba también sus pies morenos. Sus guaraches gastados. Miraba sus manos oscuras y recordaba al fauno. Este tenía pies como los de las cabras, y unas manos extrañas: dedos largos y unas como garras. Extrañaba al sátiro, el mismo día que cumplió doce lo pusieron a arar la tierra, ya era un hombre. Quería compartir esto con el sátiro. De alguna manera, mientras la criatura ejecutaba su danza ritual, el en secreto le hablaba. Lo pensaba dentro de su cabeza y entonces las ideas fluían dentro de el, como un arroyo que brotaba de su mente, diáfano y continuo. Y el se quedaba tranquilo y dormía. En la mañana cuando despertaba el sátiro se había ido.
Ahora se dedicaba a arar la tierra. Tenia un mes arando el campo, un mes sin ver al fauno. Se levanto esa noche del petate, pensando en su amigo. Se puso su jorongo y salio al campo. La noche era calida, el canto de las cigarras llenaba la inmensa llanura, arrullando la tierra dormida. Y el mundo entero estaba bañado en una atmósfera plateada. En lo alto la luna llena iluminábalo todo.
Araba ya la tierra, pensando que ahora su amigo seria el arado, pensando en el sátiro que lo había abandonado. Y entre sueños y recuerdos, fatigado por el trabajo vio ante el, algo apartado, al fauno. Y este bailaba como siempre lo hacia. Soltó el arado y corrió hacia la criatura. En lugar de acercarse, sin embargo, se alejaba. A cada paso que daba lo veía mas distante, el camino entre ellos se extendía. Corrió y corrió, el sátiro se perdió en la distancia, se hizo un punto distante y desapareció.
 El se sacudió, se froto los ojos; ya no veía nada. Regreso junto al arado. Volteo a ver el lugar donde había visto al fauno, estaba vacío. Entonces miró al horizonte.

Lurker

Cyber-articulo de costumbres.

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Jorge Medellín Mi poema favorito son tus besos beibi
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